simon_pedestal

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jueves, 9 de febrero de 2012

VERANO, de J.M. Coetzee


Leer a Coetzee es como beber agua cuando se está sediento. Procuro no bebérmelo de una vez, para tener siempre alguno de sus libros en la recámara. Sobre todo si uno ha estado degustando buenos vinos, esas lecturas complejas, posmodernas o alambicadas (que tienen su buen punto, desde luego, y que se suben a la cabeza de cuando en cuando). Pero para la resaca narrativa no hay nada como coger una novela de Coetzee y bebérselo de una sentada. Esa es la sensación que me provoca toda su obra: tan vital y necesaria como el agua fresca.
Su prosa siempre fluye con esa naturalidad y  sencillez aparentemente fácil, pero tan difícil de conseguir (esto lo entiende sobre todo un aprendiz de escritor). La complejidad estructural de sus novelas pasa a menudo desapercibida por ese don de su escritura transparente, lisa. Podríamos hablar de contención narrativa, de elegancia sin aspavientos, de humor fino y, siempre, de hondura emocional.
En Verano, Coetzee da continuidad a su obra autobiográfica (iniciada en Infancia, y continuada en Juventud), pero desde un punto de vista especial. Su retrato está hecho desde fuera, desde las perspectivas de quienes fueron importantes en su vida (cuatro mujeres y un hombre) que ofrecen sus vivencias junto al escritor al supuesto biógrafo fisgón que pretende recabar datos para una biografía póstuma. ¿Quién no ha imaginado y fantaseado con lo que pensarían y dirían de nosotros  amigos y conocidos una vez que estemos muertos y desaparecidos para siempre? ¿cómo nos vieron y cómo nos juzgaron en vida, sin que nosotros fuéramos conscientes de esos juicios, o al menos no de una manera objetiva? Pues sobre esto es sobre lo que fantasea el autor, y la imagen que desprende no queda muy bien parada. Las mujeres sobre todo, son implacables con él (salvo quizá la visión más dulce de Margot, su prima). Nos describen a un hombre un tanto pusilánime, solitario y huraño que es incapaz de hacer feliz a nadie, mucho menos a sí mismo. El escritor hace un ejercicio de autoparodia y deforma su imagen, con mucho sentido del humor o más bien de la ironía. Es humorístico sin duda el retrato que pinta Adriana, la bailarina brasileña, que nos señala a un “moscón” iluso, fuera de la realidad, que la acosa sin sentido y cayendo en el más absoluto ridículo (aunque aquí se nos deja entrever que la narradora en este caso no parece del todo fidedigna). O esa imagen un tanto risible que nos pinta Julia, la mujer casada que se propone como meta ser infiel a su marido desleal a costa de un hombre al que no ama, al que tacha de mal amante y que aparece un día con un disco del Quinteto de cuerda de Schubert para hacer el amor al ritmo de su música. Dice la iracunda mujer en ese momento:

“- La música no trata de la jodienda –seguí diciéndole-. La música trata del juego previo. Trata del cortejo. Le cantas a la doncella antes de acostarte con ella, no mientras estás en la cama con ella. Le cantas para atraerla, para ganarte su corazón. Le cantas para llevarla a la cama (...) El error que cometimos los dos fue el de saltarnos el juego previo. No te culpo, el fallo ha sido tanto mío como tuyo, pero en cualquier caso ha sido un fallo. El sexo es mejor cuando le precede un buen y largo cortejo. Es más satisfactorio en el aspecto sentimental, y también lo es más en el erótico. Si estás tratando de mejorar nuestra vida sexual, no lo conseguirás haciéndome follar al ritmo de la música(...) –Vete a casa y practica el cortejo –le dije-. Anda, vete. Llévate a tu Schubert. Vuelve cuando puedas hacer las cosas mejor”.

De esta suerte son las mujeres con las que se relaciona sentimentalmente y de las que sólo recibe incomprensión y críticas (no sé hasta qué punto se venga de sus mujeres con este retrato de dos caras: el de sí mismo, pero también el de ellas).
Aparte de la imagen de hombre antisocial, egoísta (en su relación torpe con el padre, figura fundamental en la novela) y fracasado (en los años en que aún no es un escritor de prestigio) también se nos ofrece una visión, a través de la prima, mucho más humana y desencantada. Aquí vuelve un tema recurrente en su obra: la relación amor-odio con su tierra (Sudáfrica) y con sus raíces familiares, lugares en los que se siente como un desterrado porque no puede identificarse ni con los nativos ni con los afrikáners ultrarreligiosos y racistas, ni con la cultura inglesa, clasista, que ha recibido. Coetzee da innumerbles vueltas en sus novelas al problema de la propia identidad. Esa melancolía y pasión por una tierra de la que tampoco puede sentirse parte, en la que se siente de paso, inunda gran parte de su creación. Y su condición fronteriza, de ser desubicado condiciona toda su vida y, también, cómo no, su obra (remito a la lectura impactante de En medio de ninguna parte, Desgracia o Infancia).
Y en relación con su identidad, el tema también omnipresente de la familia. La imagen del padre que se nos ofrece parece un intento de reconciliación por su sentido de culpa. Nos muestra a un Coetzee mudo sentimentalmente, atormentado en gran medida por no saber abordar sus sentimientos respecto a su familia. Hasta el punto que, en cierto modo, la novela, con el padre en principio como personaje secundario que ronda en su vida, puede interpretarse como una necesidad del autor de explicarse a su propio padre, de ir más allá de la incomunicación entre ambos y de buscar la reconciliación con la figura paterna y consigo mismo. Es significativo en este sentido el episodio en que intenta restituirle la pasión por la ópera, por Renata Tebaldi, sin conseguirlo, porque de niño, con crueldad infantil, había destrozado el disco que el padre escuchaba una y otra vez. Sin embargo, la posibilidad de comunicación está agotada, un abismo los separa y el personaje del autor vive con esa culpa. Es esclarecedor el final, cuando, ante su padre moribundo, se declara incapaz de cuidarle:

“Antes John tenía poco que hacer. Ahora eso está a punto de cambiar. Ahora va a tener todo el trabajo que sea capaz de realizar, todo ese trabajo  y más. Va a tener que abandonar algunos de sus proyectos personales y convertirse en enfermero. O bien, si no quiere ser enfermero, debe renunciar a su padre: “No puedo enfrentarme a la perspectiva de cuidar de ti día y noche. Voy a abandonarte. Adiós”. Una cosa o la otra: no hay una tercera vía”.

Creo que, pese al ejercicio de exhibicionismo y cierta vanidad que supone cualquier autobiografía, Coetzee nos desnuda su interior sin paliativos . Sus flaquezas, sus frustraciones, su culpa, su no saber estar en el mundo y se ensaña en cierto modo consigo mismo. Lo que da como resultado una novela emotiva, sincera y profundamente honesta, a la par que llena de ironía.
Por mi parte, seguiré dejando en la nevera algunas de sus historias para cuando me atormente la sed.


6 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. deberías hacer caso al que dijo que nunca leía a sus contemporáneos.
    Tanta modernidad para qué ? si nada es bueno y lo que quede será viejuno al cabo de la semana...

    Respecto a Coetzee sólo decirte que si te hubieses criado rodeado de zulúes y afrikaners tu sensibilidad también se hubiese visto afectada. Nadie sabe a ciencia cierta qué grupo étnico está menos desarrollado de los dos. Por mi parte lo tendría claro... ¡ God save the queen although she could be a moroon !

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    1. El pobre Coetzee llevaba muy mal su herencia afrikáner, lógico, por otra parte. Tanto que se desterró él solito, primero a USA y luego a Australia. Ahora no sé dónde andará... Pero de verdad es muy impactante esa relación ambivalente frente a su herencia y su tierra. No encuentra su lugar, y eso lo tematiza en sus novelas
      Los Sex Pistols tampoco es que amaran lo británico...

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  3. Pues a ver si te vas a deshidratar. No deberías jugar con esas cosas. Yo de Coetzee -empiezo a pensar que en mi vida sólo he leído un libro de cada autor- leí hace algunos años -cinco o seis- ELIZABETH COSTELLO, en el que la protagonista ofrecía unas conferencias sobre literatura -creo- que permitían ensayar al autor. Además recuerdo con especial gratitud el final, un cuento kafkiano en un sentido explícito, muy chulo, muy conseguido. Recuerdo también la prosa cristalina a la que haces referencia.

    Un saludo, Ehrengard.

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    1. No te preocupes, Peri, a falta de Coetzee siempre hay vino.
      Quizá Elisabeth Costello no sea el mejor primer acercamiento a su obra. como dices, es una colección ensayística novelada y, aunque interesante y magistralmente escrita, no llega a las cimas de su narrativa. Yo te aconsejo En medio de ninguna parte, o Foe, o El maestro de Petersburgo (genial interpretación de la vida de Dostoyevski). Para mí fue un descubrimiento y desde entonces siempre vuelvo a su obra, eso sí, a pequeños sorbitos, para que no se me acabe.
      Un saludo también para ti

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  4. Coetzee es un fenómeno. Te deja sin recursos sin capacidad de que no te guste, por lo menos a mi me pasa esto con él.

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