Más
allá de la trama magistralmente trenzada, lo que impacta de esta novela es su
simbolismo desgarrado y su sentido que, bajo el sarcasmo, la rotundidad del estilo
y la agilidad vertiginosa de las acciones, nos remite a una visión
apocalíptica, tremendista e incluso “doliente”de la sociedad española. De un
momento determinado de su historia, la transición, pero que puede enlazar claramente
con una interpretación de la realidad actual. El momento histórico del que
habla no es más que un jalón representativo de lo que, para el narrador, va a
ser el futuro del país. Basado en la falsedad, en el juego de máscaras y en la
falta de horizontes.
El
argumento se sigue con un interés creciente y, a modo de novela negra o de
espías parodiada, se va tramando un laberinto de acciones sorprendentes por lo
imprevisibles y que enmarañan una red de mentiras, de intenciones dobles, y de
personajes increíbles. Alternativamente por capítulos, asistimos a las
investigaciones disparatadas de un grupo del recién creado CESID, con Arístides
Lao a la cabeza (especie de genio de la lógica, maniático y sin emociones),
frente a las vivencias de “el otro lado”, representado por una agente
infiltrado en un grupo terrorista de izquierdas, Teo Barbosa (escéptico irónico
sin escrúpulos con quien, sin embargo, el lector empatiza bastante). La
historia nos lleva por el vértigo de acciones que cada vez van desmintiendo
nuestras expectativas. Nada es lo que parece, y nos hallamos, como lectores, inmersos en la búsqueda de una verdad o un
punto de apoyo. Pero la verdad de las mentiras no llega a desvelarse plenamente,
o su desvelamiento es más bien atroz. Porque es de la falsedad y de la ausencia
de identidad “real” de lo que nos habla la novela. Aunque también de la
violencia, de la locura institucionalizada, de la destrucción ominosa de una
sociedad.
Pero
junto a esa trama veloz, hallamos la presencia constante de lo simbólico, de
elementos que remiten a la alegoría por su inverosimilitud (un meteorito que se
estrella contra España y que va produciendo cambios climáticos, por ejemplo).
De continuo se entremezclan reflexiones o breves digresiones, pero no de tipo
ensayístico, sino de rotundidad poética y de un lirismo alegórico que pueden ir
dándonos claves para la interpretación de la trama. España como un islote, o
como un meteorito apocalíptico o como un jardín colgante, desconectado del
pasado pero también del futuro. España como la Alicia en el país de las
maravillas que se precipita interminablemente hacia el revés de las cosas,
hacia las “Antipáticas”. El simbolismo de la obra de Lewis Carrol, que acompaña
a Teo Barbosa por su periplo terrorista, es esclarecedor. Nada es lo que
parece, reina el absurdo y la alegoría se infiltra otorgando significado a
elementos inverosímiles, como en el autor británico.
El
meteorito cobra especial relevancia: establece un compás de espera (la
transición) en el que todo parece fantasmagórico (la lluvia torrencial, la
ceniza, el calor sofocante ambientan esa tensión irreal en la que viven los
personajes). El meteorito es un anuncio apocalíptico, que sume al país en el terror de lo absurdo, de la mentira
como principio. En manos del personaje Dorcas, alias el Ogro, se materializa
ese horror, esa destrucción entre los guerrilleros, que es correlato de la
destrucción del pasado a la que el poder ha sometido al país, instaurándolo en
el olvido y en la falta de futuro. En la suspensión de las expectativas.
La
crítica y la parodia de la transición española, que desvela ese lado oscuro, impostor, que tuvo y
de aniquilamiento del pasado, recuerda a la visión surrealista de Rafael Reig
en Todo está perdonado. Pero aquí la denuncia se hace menos evidente, o menos
social y más abstracta, o cae del lado metafísico. Aunque igualmente esa etapa histórica queda desvelada como un
teatro que maneja las marionetas y oculta sus hilos de acción. El resultado, en
ambos autores, es la pérdida de la identidad, la pérdida de la verdad/realidad,
aunque, si bien Reig abría una puerta (irónica) a la esperanza, creo que Calvo
clausura toda salida. El fingimiento prevalece y encubre el horror. El sarcasmo
en esta novela no es tanto esperpentización como dolor lúcido. La visión
apocalíptica cobra sentido también hacia el futuro, que es nuestro presente.
El
personaje de Sara Arta es víctima de ese doble juego que recorre toda la trama
policial y de espionaje. Es torturada por unos y por otros. Es, en cierto modo,
el único personaje sin doblez, de alguna pureza de ideas (se mueve primero por
sus convicciones, luego por el amor) y, sin embargo, es destruida por todos. Es
víctima de la mentira oficial pero también de la falsa utopía izquierdista, y,
como tal, no puede sobrevivir, aunque el pobre Muria lo intente, en la sociedad
de la mentira y la impostura. Opuesto a este personaje femenino está otro en
cierta manera antitético, el de la Madre Nieve. Con un perfil actancial cercano
al cómic, y que recuerda al cine de Tarantino más violento, hiperbólico y
mítico, esta mujer reacciona a la inversa que Sara Arta: la Madre Nieve se
hunde en el horror y la venganza, olvida el amor y las ideas para sumirse en la
espiral de la locura y el castigo:
“Ya
no soy una mujer –dice ella-. Ahora soy todas
las mujeres. Soy la Madre Nieve. Mi padre me violó. Mi hermano me violó. Mis
novios me violaron. Todos los hombres
me han violado. Soy todas las mujeres. Soy la Madre Nieve. Vivo dentro de un pozo
(...) Y reparto los castigos”.
A
lo largo de toda la novela se van abriendo espacios simbólicos de significación.
Es lo que ocurre hacia el final con la canción Liar, de los Sex Pistols. Los
personajes, bajo el influjo lisérgico se dejan “caer” en ese apocalipsis final
escuchando una y otra vez “Liar”, de forma obsesiva. También la canción nos
remite al sentido de la novela: todo es mentira, tanto ellos, comunistas extremos
metidos a terroristas, como los militares y espías, en el otro bando, son falsos y manipuladores y la verdad ya no
existe. Todo son máscaras, por lo que todos pierden su finalidad en la
existencia y se quedan “colgados” en ese islote, y entran en una especie de aquelarre macabro. Como
el propio país se convierte también en islote macabro y falso.
“Arrancan
los primeros compases de Liar. El graznido de Johnny Rotten, burlándose del fin
de todas las cosas. Con su risa de cabra. Meneándose como un bufón.Pero si todo
es mentira, entonces la mentira ya no existe. Es una cuestión de lógica simple.
La mentira sólo puede existir como contrapunto a la verdad. Ja, ja, ja. Lo que
está pasando en esa celda no es cosa nuestra.”
Los
juegos dobles, las máscaras, el enrevesamiento de la trama, la presencia de lo
fantástico-inverosímil apuntan, en fin, a una sola constatación: la realidad es
una impostura y la única verdad es que la verdad no existe. En términos
sociales, para una sociedad basada en la mentira, no hay redención posible, ni
futuro:
“Un
país concebido como un jardín. Sin las complicaciones que trae el pasado. Sin
ideas preconcebidas. Sin heridas. Bien rastrillado y hermosamente
autocontenido. Sin caminos que entren o salgan. Sin caminos al pasado ni al
futuro. Un jardín colgante, desconectado de todas las cosas (...) Matar las cosas
para que nunca hayan existido. Limpio y fascinante como un hechizo”.