simon_pedestal

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

SANATORIO DE HERISAU, VII



ROPA MOJADA






Esta maldita incesante lluvia sigue ahí para no dejar de mojarme por dentro. Empezó con la noche de ayer y persiste calándome todo el día. Es minúscula y obsesiva, como si no se atreviera a romper de una vez en la potencia de un aguacero, sino que va imperceptiblemente mojándolo todo, infiltrándose poco a poco, haciendo correr muy lentamente pequeñas gotitas fugaces en los cristales de este cuarto, y son las mismas del tren de esta mañana. Mientras el tren avanzaba entre estaciones, con una hora de retraso, imperturbable, como si su tiempo fuera otro, y no el tiempo que es el mío, me esfuerzo por dominar la angustia que me clava esa lentitud que no sigue el mismo ritmo de mi corazón martilleante. Llegaré otra vez tarde y el día será un desastre. La sensación de hueco y de provisionalidad me acompañarán todo el tiempo, como si llevara un tacón roto que me impidiera andar derecha y deseara descalzarme y recomponerme, pero ya no será posible hasta que no pase el día y corra hacia mi casa, donde tiraré los zapatos y por fin podré recobrar la compostura al andar. Mientras tanto tengo que seguir andando recta, sin caerme, sin que nadie note que no he dormido, sin que vean que llevo una aguja clavada en el pecho, sin que importe el retraso del tren ni los cristales llorosos que emborronan el campo y los árboles que van quedándose atrás, rápidos y móviles, mientras mi caja de cristal submarina pasa inexorable. Cuántas horas quedan hasta la vuelta a la casa vacía. Cuando llegue, la ropa tendida ayer que fue domingo soleado estará empapada, echada a perder. No soporto recoger esos trapos con la pesadez de un muerto que lo empapan todo con su patetismo de objetos abandonados. No quiero recoger su reguero de agua sucia a través del pasillo. Esperaré a que se sequen, cuando sea, dentro de un mes, lo que haga falta para meterlos en una bolsa y tirarlos con crueldad e indiferencia. Quizá todavía hay cosas suyas ahí colgadas, deformándose bajo el peso de la lluvia manchada de la ciudad. Quizá alguna camisa todavía o su ropa interior, o su pijama. Entre las camisas estarán la blanca o celeste del trabajo por las mañanas, las de cuadros de estar en casa o de ir de compras, siempre por fuera y algo arrugadas, las oscuras y caras de los fines de semana de cines y copas y música, a veces con amigos.
Cuando bajé del tren tuve que sacar el móvil, aunque se mojara, para intentar ver en la pantalla si había alguna llamada. A lo mejor no la había oído con el bullicio de los asientos y los pasillos abarrotados. Se mojó y no había ninguna, sólo la foto de fondo velada por el agua. Apenas se veían las sonrisas de esa pareja acaso feliz que tengo que borrar de una vez. Pensé que se iba a estropear si seguía mirándolo mientras se empapaba. Mejor, me dije, así ya no estaré otra vez toda la noche observándolo desde la almohada arrugada, estrujando las sábanas con las manos que parecen implorar el sonido de una llamada. Sólo una llamada que no obedece, que nunca llega. Quizás llegue por la mañana, mejor así. Pero voy de camino al trabajo y aún no suena, por mucho que lo estruje en el bolsillo de mi gabardina contra mi cuerpo. Lo tiraré en la próxima papelera, pensé. Pero al llegar al trabajo, otra vez tarde, aún sigue ahí como una muda esfinge que jamás nos participará su secreto. Es una maldita cajita metálica que ha detenido el tiempo en una espera eterna y que con su silencio impasible se me clava en el centro como una aguja. Menos mal que nadie se percatará de la aguja. Está bien escondida, sólo hay que esperar al final de la tarde. Cuando llegue. Cuando llegue a la soledad de mis sábanas limpias que huelen aún a suavizante y a jabón, que es el olor que me dice es todo tuyo, ya sólo tuyo. Ya no habrá las toallas húmedas que tanto te molestaban sobre el lavabo. También las toallas olerán a limpio y estarán secas y bien colgadas. Nadie salvo tú las usará. Tu baño, tu casa, serán tu dominio y podrás llenarlos de hermosos objetos marchitos que irán cogiendo un tenue polvo. Cuando llegue podré embalar libros, ropa, con mucho cuidado, que no lleven las marcas de mis manos crispadas. ¿Cómo se pueden separar las cosas compartidas? Es como partir una moneda por la mitad: ninguno la tendremos enteramente nuestra, y en mi parte habrá siempre fragmentos de la suya, y en la suya no sé y en el centro siempre el dolor. El dolor rompe y lo roto es dolor. Mejor sería no compartir ninguna moneda.
Pero he regresado y las cosas siguen ahí, dispuestas a que alguien las disperse, las desdoble, las ordene por separado. Estoy demasiado cansada por andar todo el día con mi tacón roto. Y aunque ya he vuelto no puedo quitármelo del todo. Al menos puedo cojear y no tener que fingir andar derecha. Y puedo asomarme a las gotas del cristal de la ventana de este cuarto para que se confundan con las de mi cara. Luego pondré a cargar la pequeña caja metálica por si por la noche recibo alguna llamada junto al perfume a limpio de mi almohada.

lunes, 28 de noviembre de 2011

LIBERTAD, de Jonathan Franzen






He leído bastantes reseñas (especialmente interesantes me han parecido las de los blogs, Desde la ciudad sin cines o Estado crítico) sobre este libro, y casi todas ellas remarcan la tradicionalidad de esta novela en sentido formal y argumental. De hecho, la novela se fundamenta en la construcción de los personajes y en el seguimiento de sus desarrollos. Esto es lo que marca la evolución de la historia general. Personajes que van actuando e interactuando a lo largo de los años, imbricando nítidamente en sus vidas los acontecimientos sociales e históricos que van jalonando sus trayectorias. Empezamos desde el momento casi presente (la primera década de 2000) para saltar hacia atrás intermitentemente y van surgiendo al hilo las historias que se remontan a los tiempos de los abuelos de los protagonistas. En ese ir y venir hacia adelante y hacia atrás se nos desvela una época más extensa: desde cómo se abren camino gentes humildes, de origen emigrante más o menos conservado en sus costumbres y genes, a cómo alcanza el éxito social la clase media-alta, en épocas de esplendor económico, inmersa en el devenir político de Estados Unidos; hasta los tiempos de la preocupación por la ecología, el cambio climático, las opciones políticas (republicanas y demócratas) ante la Guerra de Irak, el expolio de las empresas sin escrúpulos del maltrecho Irak; la libertad material y consumista de los nuevos jóvenes, etc.
Casi todas las lecturas resaltan también la importancia del diálogo, a veces, excesivamente petulante en el sentido de poco “real”, sin que esto me parezca un demérito.
Pero la base primordial de la novela son las relaciones generacionales en su devenir a lo largo de los años. Y el marco de la familia aparece como trampolín desde el que se coarta en gran medida nuestro destino individual y personal. Pudiera establecerse acaso cierta relación con el determinismo de las corrientes naturalistas y realistas decimonónicas.
La variedad de historias personales, de anecdotario particular nos guía en la lectura con creciente interés por los destinos de esos personajes más o menos vapuleados por las relaciones y la vida en general, lo que, al fin y al cabo, es la propia finalidad del narrar: el hacernos querer saber más de personajes e historias que sabemos irreales pero que nos atrapan con la convención de un realismo ilusorio y verosímil.
Pero de ahí a constituir una obra maestra o la llamada “Gran Novela americana” hay una gran distancia. Libertad adolece, según creo, de lo que ha de poseer una gran novela: la presentación de un estado conflictivo, problemático de cosas, que va descubriendo un mundo complejo y lleno de fisuras, y cuyo final, a semejanza de la propia historia o la vida, no puede resolverse obviando la profundidad y la conflictividad. Este es el gran “fallo”, pienso de esta novela. Toda la complejidad de relaciones, de tensiones propias de un ciudadano medio burgués americano, con un trasfondo de intereses si no intelectuales, al menos de cierta trascendencia vital o “metafísica”, se diluye en un tópico final feliz, que convierte el concepto de “libertad” en pura paradoja (pero sin existencialismo alguno). Todos los personajes superan sus contradicciones, y como en las malas películas, tras la destructiva tormenta, todo vuelve a la “normalidad” (si es que esto existe en lo real) y a un estado de bobalicona armonía (los destrozos se esfuman). Los personajes vuelven al redil, aunque hayan sacado un poco los pies del plato convencional.
Por ejemplo: la relación extremadamente conflictiva, fría e indiferente del prometedor y falto de escrúpulos hijo de los Berglund, Joey, se resuelve de forma simplista. Del odio a la figura paterna y a la protección materna, se pasa sin solución de continuidad al reencuentro familiar, a la conciliación y al reconocimiento. El joven Joey sufre un giro de 180 grados que no parece estar justificado en la novela. De repente, al verse implicado en un sucio asunto en el que no tuvo reparos en meterse de buen grado para hacer dinero rápido le asaltan los escrúpulos de conciencia y recurre, cómo no, al padre (a quien hasta ahora despreciaba abiertamente). Incluso su relación medio falsa y tormentosa con el insípido amor de juventud, Connie, de la que ha intentado librarse egoístamente durante media vida, se salva y hasta se idealiza sin motivo aparente (quizá por la previsible desilusión amorosa con una pija de alta sociedad, que le decepciona sin que en esencia haya cambiado la actitud petulante y desagradable de ésta).
Y como el ejemplo de Joey, muchos otros. La propia Patty Berglund, que puede ser considerada la gran protagonista, nos muestra un interior rico, ambiguo, y problematizado desde sus inicios jóvenes. Una de las mejores partes a mi parecer se trata del capítulo segundo –Amigas íntimas- cuando narra en tercera persona el relato de su juventud y de las vicisitudes que la llevaron a ser lo que es en la edad madura. Desde la violación infame ignorada por sus padres, el abandono de su carrera deportiva de éxito, a la relación tormentosa con una amiga neurótica y drogadicta, o al conocimiento del que será su marido, Walter, y su supuesto gran amor idealizado, Richard Katz, con lo que ambos hombres constituirán en su vida madura posterior. En cambio, su afianzada independencia respecto a una familia que hunde su autoestima, se resuelve con el final acercamiento y perdón, cuando llega la enfermedad y la muerte. Toda una vida de obstinación dolida hacia su parentela se transforma en una claudicación bondadosa y, nuevamente, inexplicable.
Por otro lado, el atormentado y siempre irresuelto amor incondicional y más o menos platónico al personaje del ácrata, rockero, Richard Katz, tras muchas vicisitudes amorosas (bastante previsibles en muchos casos. Pongamos por caso el arrebato romántico-sexual en la casa del lago) finaliza también con la desilusión y la vuelta a la seguridad y tranquilidad matrimonial. Es como si Franzen quisiera demostrarnos que cualquier conato de libertad o autonomía personal frente a lo establecido se ve abocado indefectiblemente al fracaso. Nadie parece ser libre, a pesar de que intente demostrarlo. Todos finalmente son atrapados por una especie de determinismo familiar, educacional y burgués, que les lleva a renunciar a esa libertad que parece equivocarse siempre, para reencontrarse con lo que siempre fueron y no pueden dejar de ser. Seres desvalidos que sólo hallan protección bajo el paraguas benefactor (aunque no ideal, por supuesto) de la gran familia, ya sea la presente, o la familia de las raíces que todos llevan como una marca en su historial vital.
El personaje de Walter, por su lado, se nos aparece como el soñador ingenuo pero que todo lo consigue a base de tesón y pura bondad. Resulta “perfecto” hasta la caricatura: la superpoblación, el calentamiento global, la desaparición de especies en peligro literalmente le quitan el sueño, guían su vida. No sé hasta qué punto hay una sátira hacia esta clase de “buen tipo” bienpensante y microluchador, que sufre por los grandes males del mundo. Personalmente, lo veo como personaje satirizado por su excesivo fanatismo naturista, corrección política y bondad universal hacia las faenas de su propia familia. Pero no deja de ser el que se lleva el gato al agua. El que triunfa. El que nunca yerra (hasta su adulterio es propiciado por su propia y malvada esposa). Y, podría parecer que nos quiere decir el autor, el único que sobrevive a la devastación de las pequeñas miserias familiares.
Por su parte, Richard Katz, es el hombre cínico, duro sentimentalmente, errante, que va desatando, sin quererlo apenas, problemas en los demás. Otro personaje bastante prototípico bajo mi punto de vista, aunque a veces actúe o piense de forma más interesante que el resto de personajes. Pero el resultado final es el del rompecorazones mujeriego irredento, que halla su sentido sólo en la satisfacción personal y en su ombliguismo anárquico.
El hecho de que, como ya otros han señalado, aparezcan novelas de Tolstoi (en este caso Guerra y Paz, una pequeña mise en abîme sobre la historia sentimental que está aconteciendo) y que Franzen reverencie al gran autor ruso nos da buena idea de su propia filiación estética. Hasta la creencia en la bondad del hombre (cristianismo esencial en Tolstoi) y en su capacidad de regeneración nos puede hacer vincular a Franzen con el ideario tolstiano. La modernidad o actualidad, en este caso, de la novela de Franzen viene más de la mano del entorno social, cultural, tecnológico e histórico que rodea a los personajes que de la propia historia contada. De hecho, modificando esas referencias deícticas al aquí-ahora, estamos ante la trama universal, tratada, como dije arriba, de forma tradicional. Y es esto, junto con las apostillas negativas que he señalado, lo que me parece que distancia enormemente a esta novela de una “Gran Novela americana” (sea lo que sea lo que quieren significar los medios con este concepto). Más cerca de esa totalidad abarcadora de nuestro tiempo me parece, sin duda, un autor como David Foster Wallace (que fue amigo personal, por cierto, de Franzen). La de DFW sí me parece una visión nueva para una realidad nueva, lo que le hace estar más cerca del concepto de obra total o totalizante, aunque sin exhaustividades. Quizá el concepto de obra total, o la pertinencia hoy de este concepto es lo que ha de replantearse en estos tiempos. A veces lo fragmentario, lo mínimo o el detalle pueden captar mejor el espíritu de época de una obra. Empezando por la falta de pretensión.
A pesar de todo lo dicho, reconozco que el hecho mediático (desde el interés de Obama hasta las técnicas machaconas de márketing, o las portadas prestigiosas) sigue mandando en la valoración y en las expectativas que nos creamos respecto a las nuevas lecturas. Aunque la expectativa desmesurada no tenga otro camino que frustrarse.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Fichas Safari Club (XVI): El Escarabajo Cerdo.



Reino: Animalia.
Filo: Arthropoda.
Clase: Insecta.
Orden: Coleoptera.
Familia: Cerambycidae.
Género: Cerambyx.
Especie: Cerdo.

También llamado escarabajo Gran Capricornio, Capricornio Mayor o Capricornio de las Encinas por sus largas antenas. Con estos nombres tan hermosos es lógico que ellos se resistan a que les llamen escarabajos cerdos, y es por eso que cada año exponen una queja formal ante el Comité Von Linneo en la Organización de Naciones Coleópteras Unidas (ONCU). Pero allí, los burócratas no les hacen ni puñetero caso.

¡Cerdo, no me llames cerdo!



Lo cierto y verdad es que las larvas del cerambyx son capaces de comerse media hectárea de encinas como aperitivo y quedarse con hambre. Los seres humanos se confiaron con los cerambyx e incluso llegaron a considerarlos como una especie vulnerable que había de ser protegida en Europa. Craso error.


Lucha de intereses en la dehesa: El drama va a dar comienzo. LLamadme Ismael o como queráis. Al final, el viento seguirá meciendo la dehesa como un gran sudario verde, o algo así.





Resumen wikipédico de Plaga en la Dehesa de George Orwell.

















Los escarabajos de la Dehesa Ibérica, alentados un día por el viejo cerambyx cerdo Mayor, que antes de morir explicó a todos los escarabajos su visión, llevan a cabo una plaga con la que consiguen expulsar al señor García y crear sus propias reglas (los Siete Mandamientos) que escriben en una pared.

Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.
Todo lo que camina sobre seis patas, o tenga élitros, es amigo.
Ningún escarabajo usará ropa.
Ningún escarabajo dormirá en una cajita (¡Ojo, pueden ser trampas!).
Ningún escarabajo beberá alcohol (¡Ojo, hay trampas de vino!).
Ningún escarabajo matará a otro escarabajo.
Todos los escarabajos son iguales.


Al principio, la dehesa, que pasa a llamarse Koleosia, es más próspera incluso que cuando el señor García la administraba sosteniblemente. Sin embargo, con el paso del tiempo los escarabajos cerambyx, que se habían autoerigido como líderes por su inteligencia, empiezan a abusar de su poder y manipulan los mandamientos en su favor. Dos de estos escarabajos cerdos, Bolanieve y Napoleón, se muestran como los líderes, pero empiezan a mostrar diferencias, que acaban cuando Napoleón lanza a los ciervos volantes contra Bolanieve y este huye de Koleosia.
A partir de ese momento Napoleón se erige como único líder. Los cerambyx se constituyen como una élite dentro de la dehesa, y los demás escarabajos se mantienen bajo la dictadura de Napoleón, amenazados por los ciervos volantes de éste. Poco a poco los cerambyx adoptan los defectos del propio hombre por los cuales en su día sustentaron la plaga. Y se efectúan ciertos cambios en los Siete Mandamientos, que justifican las medidas que toma Napoleón y los actos de los cerambyx:

Ningún escarabajo dormirá en una cajita... con sábanas.
Ningún escarabajo beberá alcohol... en exceso.
Ningún escarabajo matará a otro escarabajo... sin motivo.

Sucesivamente, todos los Siete Mandamientos van desapareciendo por orden de Napoleón, y con la complicidad de los demás escarabajos cerdos.
Finalmente, los cerambyx modifican también sus conductas, empiezan a usar las ropas abandonadas por el señor García (se entiende que son las ropitas y accesorios abandonados de los clicks y de las pollypockets de sus hijos, claro) y aprenden a caminar sólo sobre sus patas traseras (modificando para ello el primero de los Siete Mandamientos). Después que un ataque químico de los humanos es repelido por los ciervos volantes, los granjeros pseudo-ecologistas de los campos vecinos deciden mantener relaciones amistosas con los escarabajos de Koleosia, felicitando a Napoleón por la sostenibilidad ecológico-económica de la finca: los escarabajos dirigidos por Napoleón trabajan en larguísimas jornadas, alcanzan elevados niveles de productividad, se contentan con raciones minúsculas de comida, y jamás se quejan ante los cerambyx. Halagado, Napoleón y los cerambyx invitan a los humanos a almorzar en Koleosia; los otros escarabajos, sorprendidos, advierten que sus compañeros cerambyx han copiado totalmente la conducta y aspecto de los humanos.

Al final de la novela, la dictadura de Napoleón y sus seguidores se consagra de modo absoluto cuando los demás escarabajos preguntan al gorgojo Benjamín (uno de los pocos que sabe leer) sobre cuál es el único mandamiento que queda escrito. Éste es el séptimo, convenientemente modificado por los cerambyx cerdos:

Todos los escarabajos son iguales, pero algunos escarabajos son más iguales que otros.


Significado wikipédico-entomológico-político de la obra

Orwell satiriza el régimen ecologista, con el señor García y su falso ecologísmo de conveniencia, y posteriormente ironiza sobre la plaga coleóptera hasta el periodo del estalinismo entomológico.

— El cerambyx cerdo Mayor representa en parte a Lenin pues él se cuestiona sobre la situación de su dehesa, crea una doctrina propia y además es el ideólogo de la plaga, él es el idealista; también apunta hacia Karl Marx al ser el impulsor de la filosofía anti-ecologista (anti-humana, alegóricamente) y por fallecer antes de que ocurriese la plaga.



— El señor García sería el Ministro del Zar de Medio Ambiente, aunque su figura es más amplia y abarque a toda la burocracia y sus tópicos (todo el Ministerio, vamos).




-El cermabyx cerdo Napoleón con sus medidas para administrar la dehesa (apropiadas, de Bolanieve) que servirán para llevar a ésta a la sostenibilidad (aunque esta sólo mejorará su propia situación y la de los demás escarabajos cerdos), y su política de restricción de libertades, representa a Iósef Stalin. Otro punto que refuerza esta teoría, es el hecho de que Napoleón ordenase el exilio de Bolanieve (Trotsky).



-El cerambyx Bolanieve sería Lev Trotsky, líder militar que posteriormente huye de la dehesa al ser violentamente perseguido por los ciervos volantes de Napoleón y cuya sola mención constituye un delito grave. Una vez establecido el poder de Napoleón, todo escarabajo que se considerara peligroso sería ejecutado bajo la acusación de ser seguidor de Bolanieve.



— El cerambyx Chillón es el encargado de convencer al resto de la dehesa sobre las decisiones de Napoleón, usando su habilidad retórica y facilidad de palabra. Suele manipular al resto de escarabajos con argumentos sospechosos. Posiblemente represente a la prensa de la URSS especializada en ecología como Quercus o el mismo periódico Pravda, o a Viacheslav Mólotov (ferviente partidario de Stalin).


Boxer, el escarabajo pelotero, siempre convencido de trabajar más y traicionado por Napoleón a pesar de ello, representaría al proletariado o al minero Alekséi Stajánov.



Los escarabajos de la patata, analfabetos y acríticos con el régimen, personifican al campesinado. Para ellos y los escarabajos menos inteligentes se ingeniaron consignas sencillas, como "Seis patas sí, dos no", que solían repetir todo el día.

- El escarabajo enterrador Moisés representa a la Iglesia Ortodoxa, pues habla del cielo de los escarabajos y recibe trato favorable de los humanos ya que cumple una labor de apaciguamiento al servicio del señor García. Esto representa la afinidad entre el clericato ruso y los zares.


— El gorgojo Benjamín representa a la clase intelectual, quien es consciente de las manipulaciones de Napoleón pero no toma cartas en el asunto, limitándose a observar de forma pesimista sin intervenir.

Los ciervos volantes representan la policía secreta stalinista, la NKVD. Son los encargados de expulsar violentamente a Bolanieve de la Dehesa. La nueva generación de ciervos volantes es educada por Napoleón desde que son gusanos, cumpliendo también la función de guardia personal y de verdugo para los escarabajos que "traicionan" Koleosia.



Orwell también muestra de una manera muy cruda la relación entre escarabajos y seres humanos, dándole a los primeros una personalidad y poniéndolos al mismo nivel intelectual y racional que el hombre, para así representar la brutalidad sufrida por ellos en la dehesa.


Wikipedia Dixit: ¡Te alabamos, Oh Wiki!

domingo, 20 de noviembre de 2011

Historia universal de la infamia documental (I): Forgotten Silver of Lopera.

Yo diría que barroco es aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura.

Yo diría que es barroca la etapa final de todo arte, cuando éste exhibe y dilapida todos sus medios. El barroquismo es intelectual y Bernard Shaw ha declarado que toda labor intelectual es humorística. Este humorismo es involuntario en la obra de Baltasar Gracián; voluntario o consentido en la de Lopera.

Ya el título excesivo de este docu-post proclama su naturaleza barroca.





Ser Lopera (jugar al presidencialismo enérgico, jugar a ser un salvador, un dictador, un horrible decorador de interiores) es a la larga, una imposibilidad mental y moral. El Loperismo adolece de irrealidad como los infiernos de Erígena. Es inhabitable; los béticos del universo sólo pueden mentir por él y sufrir los rigores de su terrible arte decorativo. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Lopera quiere ser derrotado. Lopera de un modo ciego colabora con los inevitables equipos que lo aniquilarán, como los buitres de metal y el dragón (que no debieron ignorar que eran monstruos) colaboraban, misteriosamente, con Hércules (pero no con el Hércules de Alicante).

Jorge Luis Borges.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Sitôt qu'on le touche, il résonne (XXII) : Absolute Beginners.




¿Se le puede pedir más a un vídeo?


- Imágenes: Andy's Warhol Screen Tests, Edie Sedgwick (¡Ay... ese suspiro Edie, en el 2:14!).

- Música: Absolute Beginners de David Bowie, versión de Carla Bruni.


Aún somos unos principiantes absolutos (en el mundillo blogger literario).

jueves, 10 de noviembre de 2011

Dime por qué (308) : ¿Por qué nos vemos en el espejo?



308. ¿Por qué nos vemos en el espejo?




a G.A., por reflejarnos en su espejo y en sus presurosos reseteos.

Estamos tan satisfechos por ser objeto de materia fragmentada, como la niña que se refleja en el espejo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

EL VANO AYER, de Isaac Rosa

En algunas lecturas recientes de autores españoles, he encontrado la necesidad de cierta parte de escritores jóvenes de recuperar la historia cercana de su país, frente a las tendencias más posmodernas y cosmopolitas que dan por zanjado el tema, lo consideran “demodé” o tratado hasta la saciedad.
Pero el punto de partida de El vano ayer es nuevo. No hay realismo, no hay maniqueísmo empobrecedor, sino que se aplican las técnicas de la novela más innovadora, con su mezcla de lenguajes, sus relaciones intertextuales y paratextuales (informes, noticias, cartas, referencias a la documentación), su polifonía perspectivista, la posibilidad de bifurcación de las historias, (¡hasta una parodia a través del palimpsesto de la épica medieval!, lo que resulta sin duda chocante e irónico) y un largo etcétera, pero no como mero alarde formal y rompedor (lo que tampoco lo sería tanto, pues el experimentalismo viene de antiguo, como parecen ignorar algunos modernos), sino con una finalidad explícita: usar nuevas lentes para una historia ya vieja en nuestra literatura española, que en virtud de su visión renovada, cambia casi del todo el prisma y el resultado de la visión.
Es un esfuerzo por superar la dicotomía bondad/maldad y mostrarnos los caminos que aparentemenete llegaron a formar esa dicotomía, pero, ojo, sólo en apariencia. Hay otra realidad debajo: la del olvido, la de la amnistía generalizada con los crímenes, ante los que la conciencia bienpensante vuelve la mirada en nombre de la conciliación, pero que no es sino un subterfugio para el desconocimiento, para el acabamiento real del pasado, que es su ignorancia.
Aunque pueda parecerlo por mi comentario, no es una obra puramente de denuncia, al menos, no abierta. Sino construida, desmontada, remirada desde distintas perspectivas para que sea el lector quien colija lo que le interese, quien monte su propia historia, o, mejor, quien desmonte la propia construcción ficcional de la historia que se piensa oficial y cerrada.
Otro autor que leí recientemente y que también trata el tema de la preguerra y posguerra es Gonzalo Torné, en su Hilos de sangre, novela que merece su propia entrada y análisis. En este caso, la visión resulta más individualista, aunque haya una buena parte de historia un tanto “épica”, el final resultará ser más bien la traición que se oculta tras el individuo. Qué tema favorito de las letras españolas (no podemos olvidar a Javier Marías y su obsesionante tema de la delación y la traición, de lo que se ha de saber aunque no queramos). El párrafo que transcribo a continuación es buena muestra de esta concomitancia en el autor de El vano ayer (hasta en el estilo, creo, puede observarse):

“Cuestión importante, por higiene civil, sería averiguar qué ocurrió con aquella gran red de confidentes, pues todo es aún muy reciente, hace poco más de veinticinco años que cesaron en la prestación de sus secretos servicios, e incluso algunos habrán seguido hasta su retiro, recogiendo datos, informando de los vecinos, porque se trata de una práctica de la que nadie queda libre, el que ha sido soplón lo es de por vida, esa actividad crea tal hábito, tal sensación de poder sobre los demás, que cuesta cortar con ella; el chivato no cesa, sino que traslada su actividad a otros campos”.

Algo que también me parece valiente por parte del autor, si bien narrador mediante, es su reivindicación del marxismo, su apuesta por la antidemonización en tiempos nada prósperos para tales teorías, consideradas acabadas por la mayoría de la intelectualidad, incluida la autoproclamada izquierda. Creo que merece la pena, por su novedad, por su franqueza, reproducir el párrafo siguiente:

“Quizás esa cautela es fruto del temor, consciente o inconsciente, de algunos autores a ser confundidos con vindicadores (y cuando hablamos de comunismo, pareciera que su sola mención ya es una declaración política) en tiempos en que el comunismo, tras su derrota en la guerra fría, malvive zaherido por ideólogos del nuevo orden, libros negros justicieros y teóricos que hacen de la equiparación nazismo-comunismo dogma de fe en periódicas comuniones. De ahí procede igualmente la tibieza en los reconocimientos, tanto en lo colectivo (agradecer al comunismo su lucha por la democracia en España o su papel en la derrota del Tercer Reich pone nerviosos a más de uno, acostumbrados como estamos a próceres transicioneros y bellos soldados Ryan) como en lo individual (se regatea sin vergüenza el homenaje que merecen tantos hombres y mujeres comunistas mortificados en vida y muerte por el franquismo y cuyo resarcimiento moral, e incluso económico, sigue pendiente)”.

La opinión me parece más que elocuente y, como dije, valiente, en cuanto un escritor joven “se atreve” a politizar, a denunciar, pero sin subterfugios narrativos, sin el buenismo en los personajes y sin finales moralizadores. Habla claro y alto. Aunque, por supuesto, la novela no se queda aquí. Esto es sólo uno más de los innumerables rasgos de novedad que aporta sobre el tema de la contienda y la posterior represión.
Las dos novelas que hay en una apuntan hacia la misma dirección: la novela en marcha que se deconstruye y muestra sus engranajes, su tramoya y pone al descubierto su construcción y su propia posibilidad, redunda con la otra historia que va emergiendo tras la reflexión: se muestran los resortes de la historia tardofranquista, se desvelan las distintas posibilidades, se reflexiona sobre distintas elecciones. ¿Para qué? Para mostrar la necesidad de la memoria, de la recuperación de la trama oculta, igual que, paralelamente, se nos muestra la trama novelesca. Son dos desvelamientos: cómo se construye una historia de “ficción” y cómo se construye la Historia, la de no ficción. Y el resultado sorprendente que nos desvela el autor es que ambas surgen de la misma manera, que no hay línea divisoria entre una y otra y que, quizá el acto novelesco pueda servir más que cualquier otro para la revisión y para la denuncia; en definitiva, para la recuperación de la amalgama del olvido de lo que pudo ser y de lo que fue.
Es constante la referencia a las posibilidades de construcción de la novela:

“Una vez más, para demostrar que la novela es un territorio participativo en el que todos tienen su oportunidad, además de un afortunad género híbrido en el que no se aplican exclusiones, el autor reconoce que no piensa escatimar recursos ajenos a la ficción. Son demasiados meses de documentación y lecturas obligadas como para permitir que ciertos tesoros, de imposible encaje narrativo, sean sustraídos al interés del lector.”

Pero esa aparente frialdad narrativa, que nos saca de la ilusión de lo ficticio, para que nos distanciemos de lo contado, no resta sorprendentemente, emotividad y verismo a sus personajes. Pese a que de éstos se nos indique siempre la posibilidad de su ilusoriedad, de que sus vidas pudieron ser o no así, no dejan de emocionarnos y llegarnos profundamente personajes como el inaprensible André Sánchez (cuya figura, junto con la del profesor universitario, vertebra las distintas opiniones y puntos de vista de las diversas voces narrativas que van apareciendo). Y por supuesto nos asalta la figura de ese ¿desvalido? profesor, Julio Denis, con su devenir azaroso y lamentable por los hechos violentos del final del franquismo. A veces, llegamos a sentir su desolación como propia, por ejemplo, cuando fantasea en el club de prostitutas sobre la doble vida probable de su alter ego Guillermo Birón, protagonista de sus novelas vulgares y baratas, que le dan la posibilidad del escape y la evasión, que transmuta su propia realidad en una fantasía penosa. Y otro personaje que nos alcanza por su soledad y su impotencia es la novia de André, Marta, en su destierro y desolación empecinados.
Pero algo que resulta, entre todo, especialmente sorprendente, es que, pese al punto de partida, como dije, frío y razonador, nos queda una imagen del período final del franquismo que poco casa con la imagen oficial de la transición, dulcificada e idealizada hasta el límite. Isaac Rosa desautoriza, realidades y ficciones en mano, esa imagen edulcorada para hablarnos de una violencia, una bestialidad y un control férreo sin igual por parte de la dictadura, a pesar de lo que hayan querido postular los modernos revisionistas del período dictatorial. Se nos describe la tortura, la lucha un tanto desconcertada e inocente de los estudiantes y el dolor y frustración de que todo eso haya caído en el olvido, cuando no en el descrédito más inverosímil. Pero, insisto, lo mejor de todo ello es la posición nada demagógica del narrador y de las voces emergentes del relato. El lector construye su propia lectura (a la manera de Rayuela), y se intenta evitar el maniqueísmo. Sin por ello renunciar a la vindicación de la memoria.
Me alegra, personalmente, que un escritor joven, no educado en el penoso franquismo, sea capaz de transmitir con tanta viveza e inteligencia, y con no poco valor, el caos social y personal que tantos vivieron en un período todavía por elucidar. Y no me extraña en lo más mínimo, que su obra fuera galardonada por un premio en gran medida mítico por quienes lo ostentan, el Rómulo Gallegos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

SANATORIO DE HERISAU, VI






Cuando se aburre y no sabe qué hacer mira fotos. Es una obsesión que le absorbe. Es difícil saber lo que su cabeza abotargada - no quiere páginas, no quiere palabras, no quiere, menos, escribir mentiras- busca en esos recortes artificiosos de vida y de pasado. Quizá algo que pasó desapercibido en el momento (qué momento, cuál es el momento de la fotografía, ¿en el que fue hecha, en el que la mira, en el que la recuerda?). Quizá es que señala una imagen de las cosas más sintética, más dulcificada que el eterno desgranar de los minutos, que el tiempo verdadero que no se para y gotea lento y siempre. El siempre ridículo de los que viven sin apenas conciencia de la ridiculez e imposibilidad de ese siempre. ¿Qué existe siempre? Acaso esas fotos falseadoras, que cada vez le cuentan lo que quiere oír, aunque a veces se rebelen. A veces le tiran a la cara que son simulaciones, que son mentira, y de pronto no se las cree. Pero ella quiere creer –y su voluntad es de hierro cuando se lo propone- en esas breves eternidades, en las fugaces posturas, en el movimiento o el brillo de los ojos, en el color que irradian los cabellos desordenados de una postura feliz. Ella inventa la trama, crea esa historia y la guarda para siempre (o simplemente hasta la próxima). Aunque en el fondo sepa que los trozos no son todo, que aquel salto alegre no lo era tanto, que aquel vestido sedoso le caía mal en los costados, que las risas eran a medias, que la seriedad de la mirada ocultaba miedo, en ese momento, en este momento que mira otra vez la misma foto. Porque la foto la transporta a ese mundo perfecto que algún día encontró en otra parte, o creyó encontrar, y que no existe. Que sale corriendo escaleras abajo y la deja de nuevo con la mirada para adentro, o para atrás, es difícil saber la posición desde este lado de la cámara.

jueves, 3 de noviembre de 2011

EL MAPA Y EL TERRITORIO, de Michel Houellebecq




Antes de leer una obra de Houellebecq, hay que enfrentarse a la serie de prejuicios (negativos, o la mayoría, positivos) que le preceden. Su imagen mediática es poderosa y su fama de “énfant terrible” nos predispone en cierta medida a leer de una manera determinada. En esta obra, personalmente, no he podido encontrar toda esa parafernalia del “épater” (en lugar de al “bourgeois”, al progresista). Más bien me parece un libro fuera de toda consideración política o ideológica que nos muestra un retrato implacable sobre la soledad del mundo actual, sobre el sinsentido, sobre la afasia moral de nuestra vida, que nos deja un regusto de tristeza con algo de compasión por el desdichado y anodino sino del ser humano.

Su escritura está despojada de todo artificio, es puramente narrativa y dialógica (apenas se perfilan descripciones) y la exposición adquiere un tono sociológico acorde con la intencionalidad de la obra (especie de “estudio” aséptico sobre el hombre actual). Hay una continua “elipsis” en la narración, no en el sentido habitual de este término, sino en el sentido de que nunca llegamos a profundizar en los personajes ni a veces comprenderlos, en sus motivaciones y comportamientos (se ocultan a la vista del lector). Se elude el análisis y se resuelve la acción a través del comportamiento, algunas veces un tanto inexplicable. ¿Cuál es el porqué del artista Jed Martin? ¿O el de su padre? ¿o el de Olga? Nada de ello queda explicado, lo cual abunda en la explicación del sentido general de la novela.
Sin embargo, son los personajes la base de la historia, lo más llamativo. Son seres que se saben sin destino y sin finalidad aparente pero no les importa, se dejan llevar sin plantamientos. Y entre ellos está la desmitificación del creador en la figura del protagonista, Jed Martin. Éste no es un ser especial o divinizado, sino un pobre hombre como cualquier otro, que no tiene grandes motivaciones detrás de su obra, que actúa casi por impulso inconsciente. Es un trabajador del arte, no un creador especial, no más que el trabajador manual, el técnico o el creador de objetos funcionales. En la memorable última conversación de Navidad con el padre, éste nos habla de una concepción “ideal” del arte y del artista que, evidentemente, se encarna en su hijo:

“Para los prerrafaelitas, así como para William Morris, había que abolir la distinción entre el arte y el artesanado, entre la concepción y la ejecución: cualquier hombre, a su escala, podía ser un productor de belleza, ya fuera pintando un cuadro, confeccionando un vestido o fabricando un mueble”

Dentro de esos personajes tiene cabida ( a modo de parodia o vuelta de tuerca de la autoficción) el mismo Michel Houellebecq, escritor. Esta visión de sí mismo, desde fuera, está plagada de sátira hacia sí . Se nos aparece un Houellebecq alcohólico, uraño, desvalido, sin contacto con el mundo y sin mucho que ofrecer, con una existencia desordenada y triste. Alma gemela del protagonista. Por ello, será el único amago de amistad que podrá haber en la desahuciada vida de Jed Martin. Frustrada también, como cabía esperar.
A través del artista se nos muestra también el mundo sofisticado del arte y el lujo, pero sobre todo a través de los personajes que se mueven alrededor de Jed Martin: Olga, mujer casi objeto decorativo, que gracias a su belleza se mueve en un mundo de poder. Hay continuas menciones a las marcas de lujo, al consumo de élite: insiste el narrador en las marcas de moda - bolsos, ropa,etc.-, en las marcas de vinos caros (indica hasta su precio, en alarde de esnobismo); comidas refinadas, chefs sofisticados. Todo ello queda en ridículo dada la vacuidad que rodea a ese mundo, del cual, sin embargo muchos personajes se resisten a separarse. No así Jed Martin, que desprecia el dinero, o el propio Houllebecq, como excéntrico anacoreta, pero que no deja de apreciar las virtudes o necesidad del consumismo.
La visión del amor no puede ser más desilusionante (primero con la medio prostituta Geneviève, luego con la perfecta Olga, mujer de negocios). No significa prácticamente nada. Las relaciones amorosas son imposibles, nunca encuentran la oportunidad, si acaso el encuentro sexual fortuito. El sexo es lo único válido, por ello la relación con la prostituta le parece más auténtica al protagonista y tiende a idealizarla.
El amor no redime, es otro enigma decepcionante más. En su mayor apogeo, no despierta más que una reflexión cuasi sociológica, por descarnada, sobre la felicidad:

“Vivieron varias semanas de felicidad (no era, no podía ser la felicidad exacerbada, febril, de los jóvenes, para ellos ya no se trataba de explotarse la cabeza ni de despedazarse gravemente durante un fin de semana; era ya –pero todavía estaban en edad de divertirse- la preparación para esa felicidad epicúrea, apacible, refinadad sin esnobismo, que la sociedad ocidental propone a los representantes de sus clases medias-altas)"

La relación con el padre, eje fundamental en la obra, es ambigua: le une el sentimiento del deber filial, sin embargo la incomunicación, salvo al final, es total. Nada, también para el padre, parece merecer la pena, ni siquiera vivir. De ahí que la alternativa ante la vejez sea la decadencia total y el ridículo o la eutanasia. Ésta se convierte en un negocio más que desmitifica la muerte, que la deshumaniza aún más. El padre es símbolo de todo lo perdido: la frustración, los ideales truncados, la mera subsistencia, el desamor ( a través del suicidio de la madre), por tanto es sólo a duras penas un modelo para el hijo. La relación familiar es más bien una necesidad moral del protagonista que una relación sentimental entre ambos. Se la impone como deber, pero hay poco de emocional en lo que los une, ni siquiera el reproche por su educación lejana e indiferente.
La frialdad y la contención es la principal característica de todos los personajes, sobre todo del protagonista. Éste no logra sentir entusiasmo por nada, ni por el amor, ni por el arte ni por la propia existencia, hasta el punto de poder abandonar las relaciones con los demás durante años y en varias ocasiones su propia producción artística. No necesita ni quiere a nadie, ni siquiera a sí mismo (lo que no es sino una forma del egoísmo fundamental del hombre, que tanto postula Houellebecq).
En palabras del propio autor: “El mundo se uniformiza ante nuestros ojos; los medios de comunicación progresan; el interior de los apartamentos se enriquece con nuevos equipamientos. Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, lo cual reduce otro tanto la cantidad de anécdotas de las que se compone una vida” ( lo cual parece anunciar, una vez más, la muerte de la novela o al menos sus estertores).
Una segunda parte, un poco fuera de nuestras expectativas, nos narra un episodio policíaco, con un atroz crimen, que parece una extrapolación paródica del género (típico policía que se jubila, que sigue sin comprender el mundo de la crueldad, a pesar de su experiencia). En esencia, nadie, desde ningún punto de vista (el policía, el artista, el hombre de negocios) entiende el mundo, sólo lo constata e intenta transigir con él.
En este caso también le sirve como burla cruenta hacia el mismo Houllebecq: imagina una muerte despiadada y sin sentido para él mismo, cuya motivación es la única que hace actuar al mundo: el dinero o el poder.
Creo que toda esta mirada descarnada se cierra coherentemente con la visión profética del final ( la época de la que parte la narración es posterior en unos años a la nuestra). El posible fin del ser humano sería la vuelta a la naturaleza, porque esta es la única que tiene poder ante la incapacidad del hombre. Los objetos humanos, sus inventos, sus creaciones serán literalmente devorados por el mundo natural .Esto se aprecia magistralmente en la obra final de Jed Martin, que intenta, a través de sus videocreaciones simbolizar el mundo.
Desde el inicio de su carrera intenta esta simbolización: desde el principio objetual -cuando fotografía objetos y mapas de la guía Michelin-, pasando por la representación pictórica de la labor del hombre para dominar y crear el mundo. Sin embargo, el hombre sucumbe ante la fuerza del entorno natural , más fuerte que el entramado social que hemos creado y que se ha ido deshilachando y compartimentando cada vez más. Un futuro el que se preconiza marcado por la necesidad de la vuelta a lo más elemental. El territorio es más poderoso que su representación humana, el mapa. El nombre de su primera exposición “EL MAPA ES MÁS INTERESANTE QUE EL TERRITORIO”, acaba siendo paradójico.
Esa visión “divina” desde arriba captada en la fotografía, esa cartografía de la existencia creada por el hombre ( el mapa Michelin) no es real ni duradera. Sucumbirá, como todo lo demás. El hombre, en mitad de todo esto tendrá que limitarse a sobrevivir como un pequeño muñeco en una maqueta inabarcable e incomprensible. Es una de las visiones más nihilistas del papel del hombre en el mundo que uno puede encontrar en una novela. En cierto modo, recuerda al existencialismo de El extranjero, pero quitando cualquier trascendencia ni finalidad: el hombre no es nada para el narrador de El mapa y el territorio (para Camus, en cambio, era la nada). Y esa nada se transforma en una especie de estoicismo existencial, de conciencia indeterminada de la propia vida. Lo único que el hombre busca, básicamente, ante el vacío, es el confort y la ilusión de lo material. Dinero y poder son los únicos sustitutos para el vacío, pero ni siquiera ellos producen un efecto de “llenado” en la vida humana. Serán, si acaso, paliativos que entretengan la vacuidad, la sin razón y la ausencia de fin. Desde luego, para Houellebecq la trascendencia religiosa está claramente superada, y esa muerte de Dios, que tanto se preconiza desde el XIX, nos la hace sentir en toda la novela como algo irremediable. Pesismismo, nihilismo, falta de esperanza y resignación ante la pequeñez del hombre es el sabor que nos deja su lectura. Pero, aun así, hay un ¿y qué? ¿qué esperaban? que lo muestra reconciliado con esa nulidad del hombre en el mundo, en el territorio que artificialmente ocupa.
Sin embargo, antes de nuestra edad posmoderna, otras motivaciones guiaban al hombre. Según el padre de Jed Martin (corroborando lo que éste quiere mostrar con su arte): “Fourier había conocido el Antiguo Régimen y era consciente de que mucho antes de que apareciese el capitalismo había habido investigaciones científicas, progresos técnicos, y que la gente trabajaba con ahínco, sin que la empujara el afán de lucro, sino algo que a los ojos de un hombre moderno es mucho más vago: el amor a Dios, en el caso de los monjes, o más sencillamente el honor de la función.” “Sólo el deber puede mantenernos con vida”, declaraba Houellebecq en una entrevista.
La creación final de Jed Martin en su trayectoria artística nos da la visión total del mundo que describe Houellebecq en este libro. Sirviéndose de la informática, la fotografía, videocreaciones, etc., llega a proponer un mundo en que el hombre es un elemento superfluo, y sus empeños, inútiles, frente a la naturaleza, frente a la existencia:

“Este programa le permitió obtener esos hipnóticos planos largos en que los objetos industriales parecen ahogarse, gradualmente sumergidos por la proliferación de capas vegetales. A veces dan la impresión de debatirse, de que intentan volver a la superficie; después los arrastra una ola de hierba y de hojas, se hunden en el magma vegetal, al mismo tiempo que su superficie se disgrega y revela los microprocesadores, las baterías, las tarjetas de memoria.(....) Por esta misma época empezó a filmar fotografías de todas las personas que había conocido, desde Geneviève a Olga, pasando por Franz, Michel Houellebecq, su padre y otras personas (...)Las sujetaba sobre una tela impermeable de color gris neutro, tensada sobre un arco metálico, y las filmaba justo delante de su casa, y esta vez dejaba que actuase la degradación natural. Sometidas a las alternancias de lluvia y de luz solar, las fotos se abarquillaban, se pudrían por partes, luego se descomponían en fragmentos y quedaban totalmente destruidas al cabo de unas semanas.”

Acaso para el autor, el automatismo de la existencia sea la única forma de vivir conforme a ella, ya que nuestro final es el fragmento, la destrucción y la absoluta soledad.