simon_pedestal

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domingo, 6 de noviembre de 2011

SANATORIO DE HERISAU, VI






Cuando se aburre y no sabe qué hacer mira fotos. Es una obsesión que le absorbe. Es difícil saber lo que su cabeza abotargada - no quiere páginas, no quiere palabras, no quiere, menos, escribir mentiras- busca en esos recortes artificiosos de vida y de pasado. Quizá algo que pasó desapercibido en el momento (qué momento, cuál es el momento de la fotografía, ¿en el que fue hecha, en el que la mira, en el que la recuerda?). Quizá es que señala una imagen de las cosas más sintética, más dulcificada que el eterno desgranar de los minutos, que el tiempo verdadero que no se para y gotea lento y siempre. El siempre ridículo de los que viven sin apenas conciencia de la ridiculez e imposibilidad de ese siempre. ¿Qué existe siempre? Acaso esas fotos falseadoras, que cada vez le cuentan lo que quiere oír, aunque a veces se rebelen. A veces le tiran a la cara que son simulaciones, que son mentira, y de pronto no se las cree. Pero ella quiere creer –y su voluntad es de hierro cuando se lo propone- en esas breves eternidades, en las fugaces posturas, en el movimiento o el brillo de los ojos, en el color que irradian los cabellos desordenados de una postura feliz. Ella inventa la trama, crea esa historia y la guarda para siempre (o simplemente hasta la próxima). Aunque en el fondo sepa que los trozos no son todo, que aquel salto alegre no lo era tanto, que aquel vestido sedoso le caía mal en los costados, que las risas eran a medias, que la seriedad de la mirada ocultaba miedo, en ese momento, en este momento que mira otra vez la misma foto. Porque la foto la transporta a ese mundo perfecto que algún día encontró en otra parte, o creyó encontrar, y que no existe. Que sale corriendo escaleras abajo y la deja de nuevo con la mirada para adentro, o para atrás, es difícil saber la posición desde este lado de la cámara.

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