VENTANAS
Vivo entre dos calles y constantemente miro por la ventana. El pasillo que media entre dos ventanas es un mundo, que divide dos dimensiones. Pero hay muchas más, aunque no estén cruzadas por mi pasillo. Hay otra en el ordenador cuando abro facebook (otra no, miles, pero quizá siempre la misma. Mucha soledad y muchas ganas de ignorarla), o cuando cojo el teléfono y alguien cree conocerme y hablarme de cosas que nos conciernen, eso parece; otra en los supermercados, otra en los centros comerciales, otra en los centros de secundaria; otra en el hospital de cerca de mi casa desde donde oigo las continuas sirenas que anuncian la muerte, una tras otra. También hay otra dimensión cuando cojo un tomo de la librería. Ésta es la mentira que permite tolerar todas las otras, al menos por ahora. Nunca sé si para siempre. Sin embargo mi pasillo sigue inmóvil entre dos calles que son mundos ajenos. Cuando me asomo con cautela por la ventana de la derecha (no vayan a pensar que soy una loca solitaria, acechante; no, desde lejos) veo sin remedio en una tapia de cemento basto, desde hace años, no sé cuántos, el graffiti de un niño que me saca el dedo corazón, que me dice que te jodan, o algo parecido. Lo miro y no sé por qué siempre está ahí. Que le den a él. Quién lo ha puesto ahí, justo frente a mi ventana para que me mande a la mierda todos lo días, varias veces. Lo miro tras la reja y, cuando hace sol, a lo mejor no me importa y la reja me molesta y no sé por qué está ahí esa reja, si para que no entren o para que yo no salga y me diga un dibujo, a mi cara, que te jodan. Pero si llueve la reja reconforta, yo estoy dentro, tú afuera, en ese muro meado, junto a una vía. Y junto al muñeco dos nombres que se aman, que se aman desde 2007. ¿Dónde están Pepe y Moni desde 2007? ¿Se siguen amando? La pintada dice que sí, que está escrito y que al menos para mí se seguirán amando hasta que no vengan del ayuntamiento con los monos fluorescentes a encalar esa historia de amor y propaganda. Fumo siempre mirando hacia esa vía que se vislumbra tras la tapia. Alguien, al otro lado ha puesto una silla de anea. Parece que para ver pasar el tren, de cerca. Pero nunca he visto a nadie sentado en ella. Eso que siempre miro. Y bajo la lluvia la silla es más que nunca desolación. Menos mal que no suele llover mucho. Me imagino las tiras de anea mojadas, oliendo a hierba tostada y a un viejo que se sienta, fumando y apestando a fuego callejero y que mira y espera el paso del tren. Yo también lo esperaré un día, supongo, si todavía está allí la silla de anea. A veces pienso, por pura obsesión, si alguien habrá puesto ahí esas cosas para decir algo. Que te den y la silla, y Pepe y Moni que se aman. A ese lado de la ventana está lo feo. Los gritos, los llantos, los ruidos de carreras de motos, de perros que se desgañitan de madrugada. La niña me mira y me dice por qué los gritos. Yo digo que lea a Mark Twain, una bonita edición para niños listos y bien educados. Y ella dice ¿tú lo has leído? Sí, digo. Y ella dice, entonces sabrás por qué los gritos, si has leído a Mark Twain tendrás que saberlo. Si te has leído todos esos libros de los estantes tienes que saberlo. Otro día te contaré, ya nos iremos enterando, ten paciencia, eres pequeña. Al otro lado, en la otra ventana, la de la izquierda, el mundo es aún peor. Las farolitas acogedoras, el césped bien cortado, el espejismo de una piscina, los niños de uniforme jugando al balón. A ese lado del pasillo están los bolsos de Vuitton, las sudamericanas al sol de los bancos, los lazos inverosímiles en el pelo de niñas que huelen a colonia, los cinco hermanos rubios que vienen de montar, o de tocar el piano, o de jugar en algún campo absurdo de golf. Me asquea esa contemplación, quizá porque yo tampoco estoy ahí, entre ellos. Me gusta más la tapia, pero tampoco la quiero porque me provoca una tristeza tonta. Y yo que estoy en el centro (que no es un centro de nada, sino una línea perdida en el espacio, sin comienzo ni fin) no estoy en ninguna de las dos ventanas. Tampoco en la pantalla del Ipad, tampoco en mis amigos que me miran y me dicen gracias por tu amistad, o, mira qué bien que somos amigos. Y yo me levanto, miro por la ventana de la derecha del pasillo y digo que te den, amigo. Igual que a mí, igual que a los niños rubios, igual que al viejo imaginario de la silla de anea bajo la lluvia. Sólo hay que mirar y esperar ver pasar el tren tras la tapia. Es sencillo, aunque no siempre. Espero el día en que vengan a encalar la dichosa tapia y todo sea blanco y limpio.
vaya Ehrengard.. sabía de tu capacidad para la crítica literaria pero me has sorprendido gratamente con tu perfil..."creador".
ResponderEliminarLe pones música de Zbigniew Preisner y haces un "one mistyc momment" al mas puro estilo faulkneriano