simon_pedestal

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lunes, 28 de noviembre de 2011

LIBERTAD, de Jonathan Franzen






He leído bastantes reseñas (especialmente interesantes me han parecido las de los blogs, Desde la ciudad sin cines o Estado crítico) sobre este libro, y casi todas ellas remarcan la tradicionalidad de esta novela en sentido formal y argumental. De hecho, la novela se fundamenta en la construcción de los personajes y en el seguimiento de sus desarrollos. Esto es lo que marca la evolución de la historia general. Personajes que van actuando e interactuando a lo largo de los años, imbricando nítidamente en sus vidas los acontecimientos sociales e históricos que van jalonando sus trayectorias. Empezamos desde el momento casi presente (la primera década de 2000) para saltar hacia atrás intermitentemente y van surgiendo al hilo las historias que se remontan a los tiempos de los abuelos de los protagonistas. En ese ir y venir hacia adelante y hacia atrás se nos desvela una época más extensa: desde cómo se abren camino gentes humildes, de origen emigrante más o menos conservado en sus costumbres y genes, a cómo alcanza el éxito social la clase media-alta, en épocas de esplendor económico, inmersa en el devenir político de Estados Unidos; hasta los tiempos de la preocupación por la ecología, el cambio climático, las opciones políticas (republicanas y demócratas) ante la Guerra de Irak, el expolio de las empresas sin escrúpulos del maltrecho Irak; la libertad material y consumista de los nuevos jóvenes, etc.
Casi todas las lecturas resaltan también la importancia del diálogo, a veces, excesivamente petulante en el sentido de poco “real”, sin que esto me parezca un demérito.
Pero la base primordial de la novela son las relaciones generacionales en su devenir a lo largo de los años. Y el marco de la familia aparece como trampolín desde el que se coarta en gran medida nuestro destino individual y personal. Pudiera establecerse acaso cierta relación con el determinismo de las corrientes naturalistas y realistas decimonónicas.
La variedad de historias personales, de anecdotario particular nos guía en la lectura con creciente interés por los destinos de esos personajes más o menos vapuleados por las relaciones y la vida en general, lo que, al fin y al cabo, es la propia finalidad del narrar: el hacernos querer saber más de personajes e historias que sabemos irreales pero que nos atrapan con la convención de un realismo ilusorio y verosímil.
Pero de ahí a constituir una obra maestra o la llamada “Gran Novela americana” hay una gran distancia. Libertad adolece, según creo, de lo que ha de poseer una gran novela: la presentación de un estado conflictivo, problemático de cosas, que va descubriendo un mundo complejo y lleno de fisuras, y cuyo final, a semejanza de la propia historia o la vida, no puede resolverse obviando la profundidad y la conflictividad. Este es el gran “fallo”, pienso de esta novela. Toda la complejidad de relaciones, de tensiones propias de un ciudadano medio burgués americano, con un trasfondo de intereses si no intelectuales, al menos de cierta trascendencia vital o “metafísica”, se diluye en un tópico final feliz, que convierte el concepto de “libertad” en pura paradoja (pero sin existencialismo alguno). Todos los personajes superan sus contradicciones, y como en las malas películas, tras la destructiva tormenta, todo vuelve a la “normalidad” (si es que esto existe en lo real) y a un estado de bobalicona armonía (los destrozos se esfuman). Los personajes vuelven al redil, aunque hayan sacado un poco los pies del plato convencional.
Por ejemplo: la relación extremadamente conflictiva, fría e indiferente del prometedor y falto de escrúpulos hijo de los Berglund, Joey, se resuelve de forma simplista. Del odio a la figura paterna y a la protección materna, se pasa sin solución de continuidad al reencuentro familiar, a la conciliación y al reconocimiento. El joven Joey sufre un giro de 180 grados que no parece estar justificado en la novela. De repente, al verse implicado en un sucio asunto en el que no tuvo reparos en meterse de buen grado para hacer dinero rápido le asaltan los escrúpulos de conciencia y recurre, cómo no, al padre (a quien hasta ahora despreciaba abiertamente). Incluso su relación medio falsa y tormentosa con el insípido amor de juventud, Connie, de la que ha intentado librarse egoístamente durante media vida, se salva y hasta se idealiza sin motivo aparente (quizá por la previsible desilusión amorosa con una pija de alta sociedad, que le decepciona sin que en esencia haya cambiado la actitud petulante y desagradable de ésta).
Y como el ejemplo de Joey, muchos otros. La propia Patty Berglund, que puede ser considerada la gran protagonista, nos muestra un interior rico, ambiguo, y problematizado desde sus inicios jóvenes. Una de las mejores partes a mi parecer se trata del capítulo segundo –Amigas íntimas- cuando narra en tercera persona el relato de su juventud y de las vicisitudes que la llevaron a ser lo que es en la edad madura. Desde la violación infame ignorada por sus padres, el abandono de su carrera deportiva de éxito, a la relación tormentosa con una amiga neurótica y drogadicta, o al conocimiento del que será su marido, Walter, y su supuesto gran amor idealizado, Richard Katz, con lo que ambos hombres constituirán en su vida madura posterior. En cambio, su afianzada independencia respecto a una familia que hunde su autoestima, se resuelve con el final acercamiento y perdón, cuando llega la enfermedad y la muerte. Toda una vida de obstinación dolida hacia su parentela se transforma en una claudicación bondadosa y, nuevamente, inexplicable.
Por otro lado, el atormentado y siempre irresuelto amor incondicional y más o menos platónico al personaje del ácrata, rockero, Richard Katz, tras muchas vicisitudes amorosas (bastante previsibles en muchos casos. Pongamos por caso el arrebato romántico-sexual en la casa del lago) finaliza también con la desilusión y la vuelta a la seguridad y tranquilidad matrimonial. Es como si Franzen quisiera demostrarnos que cualquier conato de libertad o autonomía personal frente a lo establecido se ve abocado indefectiblemente al fracaso. Nadie parece ser libre, a pesar de que intente demostrarlo. Todos finalmente son atrapados por una especie de determinismo familiar, educacional y burgués, que les lleva a renunciar a esa libertad que parece equivocarse siempre, para reencontrarse con lo que siempre fueron y no pueden dejar de ser. Seres desvalidos que sólo hallan protección bajo el paraguas benefactor (aunque no ideal, por supuesto) de la gran familia, ya sea la presente, o la familia de las raíces que todos llevan como una marca en su historial vital.
El personaje de Walter, por su lado, se nos aparece como el soñador ingenuo pero que todo lo consigue a base de tesón y pura bondad. Resulta “perfecto” hasta la caricatura: la superpoblación, el calentamiento global, la desaparición de especies en peligro literalmente le quitan el sueño, guían su vida. No sé hasta qué punto hay una sátira hacia esta clase de “buen tipo” bienpensante y microluchador, que sufre por los grandes males del mundo. Personalmente, lo veo como personaje satirizado por su excesivo fanatismo naturista, corrección política y bondad universal hacia las faenas de su propia familia. Pero no deja de ser el que se lleva el gato al agua. El que triunfa. El que nunca yerra (hasta su adulterio es propiciado por su propia y malvada esposa). Y, podría parecer que nos quiere decir el autor, el único que sobrevive a la devastación de las pequeñas miserias familiares.
Por su parte, Richard Katz, es el hombre cínico, duro sentimentalmente, errante, que va desatando, sin quererlo apenas, problemas en los demás. Otro personaje bastante prototípico bajo mi punto de vista, aunque a veces actúe o piense de forma más interesante que el resto de personajes. Pero el resultado final es el del rompecorazones mujeriego irredento, que halla su sentido sólo en la satisfacción personal y en su ombliguismo anárquico.
El hecho de que, como ya otros han señalado, aparezcan novelas de Tolstoi (en este caso Guerra y Paz, una pequeña mise en abîme sobre la historia sentimental que está aconteciendo) y que Franzen reverencie al gran autor ruso nos da buena idea de su propia filiación estética. Hasta la creencia en la bondad del hombre (cristianismo esencial en Tolstoi) y en su capacidad de regeneración nos puede hacer vincular a Franzen con el ideario tolstiano. La modernidad o actualidad, en este caso, de la novela de Franzen viene más de la mano del entorno social, cultural, tecnológico e histórico que rodea a los personajes que de la propia historia contada. De hecho, modificando esas referencias deícticas al aquí-ahora, estamos ante la trama universal, tratada, como dije arriba, de forma tradicional. Y es esto, junto con las apostillas negativas que he señalado, lo que me parece que distancia enormemente a esta novela de una “Gran Novela americana” (sea lo que sea lo que quieren significar los medios con este concepto). Más cerca de esa totalidad abarcadora de nuestro tiempo me parece, sin duda, un autor como David Foster Wallace (que fue amigo personal, por cierto, de Franzen). La de DFW sí me parece una visión nueva para una realidad nueva, lo que le hace estar más cerca del concepto de obra total o totalizante, aunque sin exhaustividades. Quizá el concepto de obra total, o la pertinencia hoy de este concepto es lo que ha de replantearse en estos tiempos. A veces lo fragmentario, lo mínimo o el detalle pueden captar mejor el espíritu de época de una obra. Empezando por la falta de pretensión.
A pesar de todo lo dicho, reconozco que el hecho mediático (desde el interés de Obama hasta las técnicas machaconas de márketing, o las portadas prestigiosas) sigue mandando en la valoración y en las expectativas que nos creamos respecto a las nuevas lecturas. Aunque la expectativa desmesurada no tenga otro camino que frustrarse.

5 comentarios:

  1. Hola:

    Interesante reseña.
    Yo también pensé lo del cambio final de los personajes, como el del hijo; y aunque la cosa acababa demasiado bien, me pareció que estaba justificado.

    Tras leer Las correcciones me parece que Franzen se planteó resolver su nueva novela sobre la familia de otro modo: en Libertad se acaba bien, como otra opción narrativa frente a lo mal que terminaba Las correcciones, y quizás también Franzen buscase ahora acercarse a un público más amplio. La verdad es que el final de Las correcciones te deja helado y yo creo que se lo habían echado en cara a Franzen.

    Veo que tanto tú como en Estado Crítico (José Martínez Ros) habla de Wallace al hablar de este libro. Allí me recomendaron que empezara por La niña del pelo raro y Algo supuestamente divertido que no volveré... y acabar con La broma infinita ¿Alguna otra sugerencia para acercarme a DFW, del que no he leído nada?

    Gracias por citarme en esta entrada.

    saludos

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  2. Hola David,
    Efectivamente me pareció que el autor se muestra un poco "reaccionario", no en sentido político, claro, sino más bien moral digamos, con ese final en el que todos renuncian a su libertad o libre albedrío para optar por lo convencional como lo mejor. Es un poco involucionista, bajo mi punto de vista. Además, sí que veo poco justificados algunos de esos cambios en los personajes (¿Por qué Patty busca a su familia, cuida de su padre, media entre hermanos? No está justificado en la historia previa que se nos viene contando). Por lo que dices de Las correcciones, me parece justamente más interesante, después de leer tu reseña. Quizá sea menos convencional. Me animaré a leerla. Porque la verdad que es un autor que se lee con agilidad y placer, aunque por mi crítica parezca que no me ha gustado en absoluto. Pero sólo quería señalar lo convencional de algunos procedimientos y del final. Y también estoy en desacuerdo en considerarla obra maestra. Le falta un buen techo, me parece.
    Respecto a lo de DFW, justamente he leído los que te han recomendado, menos La broma infinita, que me lo estoy reservando para una lectura más profunda, porque el autor lo merece. Yo me he entusiasmado enormemente con La niña del pelo raro. Son relatos que cortan el aliento. Tienen crudeza, inteligencia, originalidad y unos finales que pueden ser demoledores. Quiero hacer una reseña justamente de este libro. A ver si hago hueco, porque para mí ha sido todo un descubrimiento.
    Un saludo y gracias por tus palabras

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  3. Hola:
    La verdad es que lo pensé un poco si calificaba este libro de obra maestro o decía que con reservas (por motivos como los que puedes apuntar tú), pero lo que me acabó de decidir fue que hacía tiempo que no leía un libro con tanto interés por saber qué iba a pasar. Y esto me parece un gran logro de la novela como construcción.

    De principios de 2012 no pasa: voy a ponerme con DFW.

    saludos

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  4. Dejando de lado las críticas de los grandes medios, cada vez más dignas de no ser tenidas en cuenta, esta es la reseña si no más negativa sí más reacia a otorgar el título de grandísima novela a Libertad. Eso me merece confianza. Además se argumenta la postura.
    Las buenas críticas de libros de ochocientas o mil páginas me ponen a la defensiva.
    Llevado por la corriente, tenía previsto empezar Libertad y continuar con La broma infinita, tal vez intercalando algo más de DFW.

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  5. También dejándose llevar por la corriente (aunque depende de qué corriente) a veces se descubren cosas interesantes. Aunque mi crítica pueda parecer muy negativa, no se pueden dejar de lado valores importantes que sí que posee la novela (el mayor, quizá, atrapar en la lectura, a la manera de una película de cine clásico, a pesar del cartonpiedra que se mueve tras el coche). Lo que sí me pareció pertinente fue resaltar los puntos flojos. Por lo que comenta David arriba sobre Las correcciones, quizá me parezca más apetecible esta lectura.
    Si entremetes algo antes de La broma infinita, me permito aconsejarte La niña del pelo raro. Soy muy insistente, pero creo que merece la pena. Un descubrimiento para mí.

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