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domingo, 3 de abril de 2011

Que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo (VII): Di Stéfano.



En la Biblioteca Provincial de Entre Ríos existe un libro titulado Sombra d'higuera su autora fue Carmen Segovia García en 1959. Nunca he visto ese único ejemplar que se guarda fielmente en la biblioteca desde hace tantos años. Quizás incluya este poema de Carmen que nos traslada a su infancia y a su colegio del Huerto. Yo lo conservo en una amarillenta página del Diario El Paraná del 16 de Agosto de 1953.

TRES ÁRBOLES POR CARMEN SEGOVIA GARCÍA

Versos para los tres jacarandaes que hacen guardia de honor al colegio del Huerto

Para mí no son tres árboles
son tres soldados de Urquiza
haciendo una venia lila.

Para mí no son tres árboles
son las quietas sugestiones
de tres puntos suspensivos
que me están hablando siempre…

En el cielo de esa calle
-calle Monte Caseros-
son como las tres Marías
sustentadas por luceros.

Unas veces la leyenda
pone en sus ramas desnudas
banderolas y clarines.

Con sus aldabones recios
el cielo llama a la puerta
enguantada de silencio
y la vieja casa siente
de nuevo por sus arterias
de piedra, pasar lo eterno.

Tal vez alguna palabra
de aquel don Justo José,
se habrá quedado en los muros,
ya puedes salir al sol
reclusa de hierro y lirios.

Amparado tu derecho
está toda la república
de pie, sobre el catecismo
de sus catorce provincias.

La historia pasa callada
por nuestro pórtico
y con ella pasa el pueblo.

Para mí no son tres árboles
estos de las copas lilas,
son las quietas sugestiones
de tres puntos suspensivos
que me están hablando siempre…

Viejo colegio de piedra
que fuiste la casa de Urquiza,
llama mi infancia a tu puerta
como en aquella mañana- desvaida en la distancia-
en que mis seis años niños,
de la mano de mi madre se sintieron desvalidos.
Colgados de aldabón como un crespón se mecieron,
de aquellos crespones negros que ensuciaban
los portales por donde pasa un muerto.

La flauta del mes de Marzo
ya cantaba entre las ramas
de los tres jacarandaes
sus jaculatorias claras.

¡Viejo colegio de dormida piedra
me estoy mirando aún junto a tu puerta!
el uniforme azul de colegiala,
el sombrero de hule
aprisionando al sol en sus destellos
y aquella ondosa cabellera negra,
que me envolvía entera,como un manto,
si la dejaba suelta.
También contigo se empinó en tu puerta
aquel par de botas “té con leche”,
que con el blanco “bronderie” del cuello,
los ojos siempre serios
y las manos de cera,
le dieron a mi infancia sosegada
un sabor irreal de cuento triste.

Andando para atrás en mi recuerdo
vuelvo a encontrar el patio;…
luego amanece el aula
como un recorte de calcomanías
en los muros del tiempo;
con sus bancos oscuros
apareados y unidos,
y más allá, al regazo de la imagen,
las tres filas del centro
que se iban a volcar al escritorio
como barcos al puerto
con la carga feliz de las tres pequeñas
plasmadas en el alma de tres árboles
que montaron su guardia de inocencia:
¡Canona Palma, Agustinita Otaño;
aquellas dulces niñas que tenían
toda la rubia miel de los panales
y que no ha muerto nunca
en mis recuerdos!
La vida de tres árboles teníamos,
sin secretos de nidos, todavía
como los tres jacarandaes de entonces,
como las tres Marías
que en el cielo del aula se juntaron
por un raro designio.

Altos jacarandaes, madura savia
de experiencia y sosiego
ha eclosionado la flor ya muchas veces
vuestra lacia melena;
¡Y quién sabe!, las líneas quirosóficas
que estrían y complican las cortezas
de cuánta vida intensa están hablándome
cuando las miro cerca.
Y mientras la ciudad crece y se aliña
y engalana, va a mirar el río,
vosotros continuáis, hoja por hoja,
vuestra hermosa misión de ser historia.



A veces los poemas olvidados son tan extraños como los goles que metimos en nuestra infancia. Aquellos partidos en el patio del recreo, postes de piedras amontonadas, balón ya sin pentágonos, remate de cabeza, y brazos al cielo. Alfredo Di Stéfano (con esa humildad que sólo tienen los grandes) sabrá perdonarme el desmarque inesperado que me he pegado hacia su Argentina natal, para recordar a una antigua poetisa que evocaba su infancia. Carmen Segovia García de Argentina, de Paraná, Entre Ríos, tierra de poetas y barcas.

Esta entrada ha pretendido ser como un taconazo de espaldas al marco (1:56) para cambiarle la trayectoria al balón y sorprender al portero-lector del post.

¡Y qué tango más canallesco y sentimental...!

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