La médula espinal de la novela es la apócrifa (aunque con toda una historia erudita creada alrededor, del corte más borgeano tipo “Acercamiento a Almotásim”) teoría antropológico-filosófica de las “Transmisiones Yoicas”. La supuesta teoría construye el eje temático de la novela, aunque los múltiples referentes y significados irradien hacia una enorme variedad de puntos. Pero todos ellos confluyen hacia un lugar: el origen de la violencia y la constitución sociopolítica del hombre remonta su origen al miedo primigenio de sentirse presa ante la bestia: el hombre se transforma en predador,en bestia cruel y salvaje para ahuyentar así el miedo atávico que le hacía víctima por y para la muerte. Y esta su vocación violenta ante el mundo se nos muestra desde la primera página con que se abre la novela (con los ritos iniciáticos de tribus primitivas (Nueva Guinea), pasando por la agresividad y violencia de los blogs y de Internet en general , desde donde la presa actual (el hombre acomplejado, el nerd; Pabst en la novela) se transforma en cazador desde sus dardos cibernéticos, con los que zahiere a su alrededor y crea un mundo propio (aunque miserable visto desde fuera) en donde ser dominador y a la vez ejercer como azote sádico de un grupo de seguidores-odiadores.
Es también el sentido de quienes prueban los límites de lo convencional, en el sexo, por ejemplo, que es manifestación de esa misma violencia reclamada y soportada: la masturbación sádica de Pabst, ante el ordenador y ante el trío que forma su pareja con un par de “cools” mid-class (Andy y Mara); los coqueteos masturbatorios con el chico down trabajador de MacDonalds, por parte de Kamtchowsky, o la violación múltiple consentida por ésta y las drogas y hecha pública en Internet vía móvil; la inmolación sexual de la voz narradora de Rosa Ostreech, que llega al límite de la violencia, al mismo sacrifico ritual del rehén . Los límites también sobrepasados en el mundo artificial de las drogas (como el personaje de Andy, que navega plácida y autodestructivamente por los abismos del placer lisérgico).
La violencia expresa, como reactivo al miedo ancestral, aparece por doquier en la novela. Desde su mismo lenguaje, potente, agresivo, excluyente y “autoenroscado” en su propio virtuosismo (cada línea trabajada al modo del altar barroco: a primera vista aberrante y sin sentido, pero cuando nos acercamos y contemplamos admiramos la gran magnitud del detalle, y la complejidad semiótica e intencional). Multirreferencialidad, mezcla de la filosofía (Hobbes, Rousseau,...), con la política más reciente y bestial de Argentina (vista ahora del lado también equivocado o impostado -según la autora- de los vencidos, y no ya de los bien conocidos torturadores), y mezcla también con el lenguaje (apto sólo para iniciados) autorreferente de Internet, la moda y la sociología moderna.
El cuadro resultante, aparte de abigarradísimo, es un collage social: de la Argentina de su tiempo, de la de su pasado inmediato (montoneros y peronistas, psicoanalistas absurdos e izquierda bienpensante y autoexaltada), del mundo global, pero ridículamente particular de los blogs y las performances pseudopioneras (magistralmente satirizadas), del mundo académico de siempre (con sus “agregados”, sus trepas, sus violencias teóricas e insanas), del mundo intelectual y frío de la teorización y del ensayo libresco. Y bajo todos esos mundos multiformes y superpuestos siempre está presente lo salvaje, lo desatado, lo destructivo. El final es una perfecta imagen autorreflejante (o mise en abîme) de la novela y su finalidad: Google Earth “hackeado” muestra varias escenas simultáneas del mundo, se anula la historia, el discurrir (la novela misma va enfocando sin solución de continuidad esos diversos momentos lineales en un todo “hic et nunc” espacial). Los fotomontajes de Mara, la “ficción” del presente, sustituyen a la realidad histórica, mostrando una imagen apocalíptica y destrozada del mundo. La ficción sustituye a la realidad, o es otra realidad más dentro del caleidoscopio, siempre bajo el influjo de una visión salvaje de la existencia, y de la vida vista como lucha contra lo otro.
En el fondo de tanta agresividad, creo, se puede entrever algún atisbo de la ternura (siempre irónica, nunca sentimental), o al menos cierta compasión por esos personajes desatados pero infelices que buscan autoafirmarse en un andamiaje falso que les sostiene ilusoriamente). Es el caso, por ejemplo, de la tía Vivi en sus Diarios dirigidos, inocentemente, a Mao: lo que aflora en ellos no es la convicción de las tesis políticas y sociales por las que muere o desaparece, sino la autocompasión y el dolor de la mujer abandonada y temerosa del mundo.
Desde luego, la visión de esta novela es implacable, quizá demasiado. Demasiado en el sentido de no hacer concesiones de ningún tipo a las ideas, ni a las buenas intenciones: todas son perversas y encaminadas al éxito y sometimiento sobre los demás. La más perversa de todas la estudiante Rosa Ostreech; el más ridículo y sufriente, Pabst; la más rencorosa Kamtchowsky; el más vicioso Andy. Mundo atroz y superviviente donde los haya. La autora rompe las costuras de lo moral y socialmente aceptado, para dejar ver lo que hay debajo: debajo de las teorías filosóficas, debajo del ser social, debajo de la palabrería posmoderna, debajo de lo “políticamente correcto”. Y lo que asoma no es muy halagador para la especie.
Lo que más me impactó de Las teorías salvajes, desde un principio, es su nuevo lenguaje, hecho a base de retazos polifónicos de la realidad, con un desparpajo y sutileza increíbles; su ambición de obra total, en el sentido de obra que ofrece una personal y estructurada visión de mundo; y su pasmosa fuerza intelectual y satírica que nos zarandea con su implacabilidad.
Creo que, para volver a reconciliarme con la vida, volveré a Tolstoi, tanto más puro.
Es también el sentido de quienes prueban los límites de lo convencional, en el sexo, por ejemplo, que es manifestación de esa misma violencia reclamada y soportada: la masturbación sádica de Pabst, ante el ordenador y ante el trío que forma su pareja con un par de “cools” mid-class (Andy y Mara); los coqueteos masturbatorios con el chico down trabajador de MacDonalds, por parte de Kamtchowsky, o la violación múltiple consentida por ésta y las drogas y hecha pública en Internet vía móvil; la inmolación sexual de la voz narradora de Rosa Ostreech, que llega al límite de la violencia, al mismo sacrifico ritual del rehén . Los límites también sobrepasados en el mundo artificial de las drogas (como el personaje de Andy, que navega plácida y autodestructivamente por los abismos del placer lisérgico).
La violencia expresa, como reactivo al miedo ancestral, aparece por doquier en la novela. Desde su mismo lenguaje, potente, agresivo, excluyente y “autoenroscado” en su propio virtuosismo (cada línea trabajada al modo del altar barroco: a primera vista aberrante y sin sentido, pero cuando nos acercamos y contemplamos admiramos la gran magnitud del detalle, y la complejidad semiótica e intencional). Multirreferencialidad, mezcla de la filosofía (Hobbes, Rousseau,...), con la política más reciente y bestial de Argentina (vista ahora del lado también equivocado o impostado -según la autora- de los vencidos, y no ya de los bien conocidos torturadores), y mezcla también con el lenguaje (apto sólo para iniciados) autorreferente de Internet, la moda y la sociología moderna.
El cuadro resultante, aparte de abigarradísimo, es un collage social: de la Argentina de su tiempo, de la de su pasado inmediato (montoneros y peronistas, psicoanalistas absurdos e izquierda bienpensante y autoexaltada), del mundo global, pero ridículamente particular de los blogs y las performances pseudopioneras (magistralmente satirizadas), del mundo académico de siempre (con sus “agregados”, sus trepas, sus violencias teóricas e insanas), del mundo intelectual y frío de la teorización y del ensayo libresco. Y bajo todos esos mundos multiformes y superpuestos siempre está presente lo salvaje, lo desatado, lo destructivo. El final es una perfecta imagen autorreflejante (o mise en abîme) de la novela y su finalidad: Google Earth “hackeado” muestra varias escenas simultáneas del mundo, se anula la historia, el discurrir (la novela misma va enfocando sin solución de continuidad esos diversos momentos lineales en un todo “hic et nunc” espacial). Los fotomontajes de Mara, la “ficción” del presente, sustituyen a la realidad histórica, mostrando una imagen apocalíptica y destrozada del mundo. La ficción sustituye a la realidad, o es otra realidad más dentro del caleidoscopio, siempre bajo el influjo de una visión salvaje de la existencia, y de la vida vista como lucha contra lo otro.
En el fondo de tanta agresividad, creo, se puede entrever algún atisbo de la ternura (siempre irónica, nunca sentimental), o al menos cierta compasión por esos personajes desatados pero infelices que buscan autoafirmarse en un andamiaje falso que les sostiene ilusoriamente). Es el caso, por ejemplo, de la tía Vivi en sus Diarios dirigidos, inocentemente, a Mao: lo que aflora en ellos no es la convicción de las tesis políticas y sociales por las que muere o desaparece, sino la autocompasión y el dolor de la mujer abandonada y temerosa del mundo.
Desde luego, la visión de esta novela es implacable, quizá demasiado. Demasiado en el sentido de no hacer concesiones de ningún tipo a las ideas, ni a las buenas intenciones: todas son perversas y encaminadas al éxito y sometimiento sobre los demás. La más perversa de todas la estudiante Rosa Ostreech; el más ridículo y sufriente, Pabst; la más rencorosa Kamtchowsky; el más vicioso Andy. Mundo atroz y superviviente donde los haya. La autora rompe las costuras de lo moral y socialmente aceptado, para dejar ver lo que hay debajo: debajo de las teorías filosóficas, debajo del ser social, debajo de la palabrería posmoderna, debajo de lo “políticamente correcto”. Y lo que asoma no es muy halagador para la especie.
Lo que más me impactó de Las teorías salvajes, desde un principio, es su nuevo lenguaje, hecho a base de retazos polifónicos de la realidad, con un desparpajo y sutileza increíbles; su ambición de obra total, en el sentido de obra que ofrece una personal y estructurada visión de mundo; y su pasmosa fuerza intelectual y satírica que nos zarandea con su implacabilidad.
Creo que, para volver a reconciliarme con la vida, volveré a Tolstoi, tanto más puro.
Gracias a tu crítica creo que el libro tiene una pinta impresionante, me lo leeré fijo.
ResponderEliminarGracias Googles Imágenes creo que Pola Oloixarac tiene una pinta impresionante, me la ......(condicional realis/irrealis, más bien éste último) fijo.
Creo que este tipo de historias le gustarían mucho al último Cortázar, al de los relatos "maravillosos, integrados en lo real, pero recónditos y huidizos".
Con este nivel no sé como aún sigo vivo en el blog, soy el Triunfo de la Voluntad de Leni Riefenstahl.
He tratado de conseguir este libro aca en Bogota, y me ha sido imposible, ojala algun dia llegue nuevamente.
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