Te ocurre a veces que el vacío es tan grande, tan enorme, tan inexpresable que las recortadas palabras no pueden dominarlo. Sí lo hicieron otros antes que tú, y en su concisión y su clarividencia se refleja nítida y profundamente toda la hondura que está más allá de las propias palabras. Bendito don, piensas, el de poder exorcizar el sufrimiento en esos signos que van a reproducir para siempre ese momento y repitiéndose una y otra vez van a vaciar de dolor a quien los forjó porque se va derramando en aquellos que los van leyendo, reconstruyendo, volviéndolo a sentir, y así el que escribe se libera. Se libera, piensas, condenando a los demás, o sólo poniéndole nombre al sufrir ajeno, que no sabe llenar de palabras sus sentimientos. Leíste que en Milton se habla de nosotros mortales como de quienes están y esperan. Sólo eso. ¿Para qué más? ¿quién puede salir de esa rueda? Algunos lo hicieron, y además fueron y actuaron. Tú ya sabes que no serás ni actuarás, sino que tu signo es el de la espera, la espera del encuentro con el definitivo agujero que se trague tu cuerpo y ojalá también tu alma. Tú ya sabes que no puedes hacer nada: el esfuerzo, el entusiasmo no sabes por qué te están vedados. Y sólo ves un paraje baldío ante ti, por el que te mueves sin rumbo, haciendo vanos intentos por salir de él: un día una cosa, al rato otra, al día siguiente la contraria. En un intento desesperado de fuga de ti mismo. Quizá mejor fuera aceptar tu destino de estar y de espera y acomodarte, que no palpite más tu pulso desbocado por ingenuas ilusiones y esperanzas. Estás condenado y eso no puede eludirse. En algún lugar te juzgaron y te consideraron culpable y te condenaron. Nadie está libre de culpa, pero sí de condena. El azar hizo que recayera sobre ti. Peor y más cruel hubiera sido que fuera obra del destino. Prefieres pensar que no hay tanta maldad, que las penas y alegrías son aleatorias, y no nos están esperando al final de un camino ya previsto, ya escrito.
¿Por qué nuestros pasos, te dices, nos llevan siempre en la dirección contraria a la que buscamos o añoramos? ¿Por qué es tan trivial tu camino y sin embargo tan difícil? Quisieras a veces que tus actos representaran tus sentimientos , tus emociones, pero se quedan siempre en simples remedos y fingimientos. Actúas como no eres, o a lo mejor es como no quisieras ser pero no tienes más remedio que ser. Hasta qué punto, piensas, uno adopta su papel y al final es atrapado por él, sin remedio y no puede salir de él ni para respirar. Quizá la única forma de esta imposible salida crees que es la escritura. Inventando, creando cosas, personas, simulando acciones te puedes desprender de ese pellejo insoportable que te constriñe día a día y que te impide decir la verdad, o mejor, hacer la verdad. ¿Alegorías? ¿Símbolos que te exorcizan? ¿Es eso la escritura? La liberación de tus demonios. Qué bienaventurados quienes tienen en sus manos el poder de ese exorcismo, sientes. Sientes, sin embargo, que también la escritura está ya de antemano encorsetada, realizada y que sólo somos capaces en cualquier caso de reescribir algo de lo que nos llegó, inevitablemente empeorándolo. Ese es el triste sino de quien quiere y no puede. La genialidad es inalcanzable, ya lo sabes, pero más inalcanzable aún puede ser la alegría de quien no siente la necesidad del genio y su ausencia. Es malo no conformarse, no adaptarse a esa piel que te recubre. Podrías ser como una serpiente que se desgaja periódicamernte de su piel, dejando atrás lo inservible y regenerando nuevas células prometedoras, que recomienzan el ciclo. Pero tu piel no es la de la serpiente, es irremediablemente invariable y eterna en su finitud. El único cambio posible es el de la putrefacción final, sí, lo crees así. Entonces el fin es la única posibilidad de liberación. Te parece “fin” una palabra teatral, con su deseo de trascendencia: qué importancia tremenda el que algo termine, acabe. Qué apoteosis la del final. Hay que lograr el gran fin, si puede ser que sea coherente con el ya lejano principio. Sabes que la vejez es ese tiempo que dedicamos a la necesidad de estructurar, de articular el gran y miserable relato de nuestras vidas para explicarnos ese fin, para que no sea tan absurdo, sino que parezca la proyección lógica de nuestros pasos. Y todos tendemos a ser indulgentes con nosostros mismos en esa hora final. ¿Para qué mortificarnos con lo que pudo ser pero no fue, con lo que quisiste pero de lo que no fuiste capaz? Recurrimos al calmante, al antiinflamatorio, al sedante, al ansiolítico: todo ha ido por donde debía, y si algo está fuera de lugar es porque se te escapa el orden necesario de las cosas. Amén y fin. Y caeremos en brazos de la muerte con la complacencia del trabajo bien hecho, con el “merecido descanso”. Piensas que sólo los suicidas muestran la lucidez total sobre sus vidas: no se engañan a sí mismos, no esperan, no quieren la lógica ni la coherencia. Son intentos fallidos de vidas fallidas y tienen la verdadera gran coherencia de no soportar el dolor de la imperfección. Con ese acto de voluntad final hacen el gran gesto que nos correspondería a casi todos, que te correspondería a ti, si fueras capaz: hasta aquí aguantas, ya no jugará más contigo la vida. Qué acto de fe en la voluntad, qué impaciencia sabia, qué poder y qué desafío. Tú cambiaste tu piel cuando quisiste, no esperaste, no sólo estuviste, también podrás decir: yo fui e hice.
¿Por qué nuestros pasos, te dices, nos llevan siempre en la dirección contraria a la que buscamos o añoramos? ¿Por qué es tan trivial tu camino y sin embargo tan difícil? Quisieras a veces que tus actos representaran tus sentimientos , tus emociones, pero se quedan siempre en simples remedos y fingimientos. Actúas como no eres, o a lo mejor es como no quisieras ser pero no tienes más remedio que ser. Hasta qué punto, piensas, uno adopta su papel y al final es atrapado por él, sin remedio y no puede salir de él ni para respirar. Quizá la única forma de esta imposible salida crees que es la escritura. Inventando, creando cosas, personas, simulando acciones te puedes desprender de ese pellejo insoportable que te constriñe día a día y que te impide decir la verdad, o mejor, hacer la verdad. ¿Alegorías? ¿Símbolos que te exorcizan? ¿Es eso la escritura? La liberación de tus demonios. Qué bienaventurados quienes tienen en sus manos el poder de ese exorcismo, sientes. Sientes, sin embargo, que también la escritura está ya de antemano encorsetada, realizada y que sólo somos capaces en cualquier caso de reescribir algo de lo que nos llegó, inevitablemente empeorándolo. Ese es el triste sino de quien quiere y no puede. La genialidad es inalcanzable, ya lo sabes, pero más inalcanzable aún puede ser la alegría de quien no siente la necesidad del genio y su ausencia. Es malo no conformarse, no adaptarse a esa piel que te recubre. Podrías ser como una serpiente que se desgaja periódicamernte de su piel, dejando atrás lo inservible y regenerando nuevas células prometedoras, que recomienzan el ciclo. Pero tu piel no es la de la serpiente, es irremediablemente invariable y eterna en su finitud. El único cambio posible es el de la putrefacción final, sí, lo crees así. Entonces el fin es la única posibilidad de liberación. Te parece “fin” una palabra teatral, con su deseo de trascendencia: qué importancia tremenda el que algo termine, acabe. Qué apoteosis la del final. Hay que lograr el gran fin, si puede ser que sea coherente con el ya lejano principio. Sabes que la vejez es ese tiempo que dedicamos a la necesidad de estructurar, de articular el gran y miserable relato de nuestras vidas para explicarnos ese fin, para que no sea tan absurdo, sino que parezca la proyección lógica de nuestros pasos. Y todos tendemos a ser indulgentes con nosostros mismos en esa hora final. ¿Para qué mortificarnos con lo que pudo ser pero no fue, con lo que quisiste pero de lo que no fuiste capaz? Recurrimos al calmante, al antiinflamatorio, al sedante, al ansiolítico: todo ha ido por donde debía, y si algo está fuera de lugar es porque se te escapa el orden necesario de las cosas. Amén y fin. Y caeremos en brazos de la muerte con la complacencia del trabajo bien hecho, con el “merecido descanso”. Piensas que sólo los suicidas muestran la lucidez total sobre sus vidas: no se engañan a sí mismos, no esperan, no quieren la lógica ni la coherencia. Son intentos fallidos de vidas fallidas y tienen la verdadera gran coherencia de no soportar el dolor de la imperfección. Con ese acto de voluntad final hacen el gran gesto que nos correspondería a casi todos, que te correspondería a ti, si fueras capaz: hasta aquí aguantas, ya no jugará más contigo la vida. Qué acto de fe en la voluntad, qué impaciencia sabia, qué poder y qué desafío. Tú cambiaste tu piel cuando quisiste, no esperaste, no sólo estuviste, también podrás decir: yo fui e hice.
Locuras de Herisau
“El joven Werther, acuciado por sus eternos problemas umbilicales y la visión “túnel” de su propia existencia, decide encaminarse con paso firme al único puente de Wahlheim con la intención de poner fin a su existencia ya que al fin y al cabo, pensaba, era suya.
ResponderEliminarSe cruzó con la Sra Hertha, directora del coro de la capilla, que al verlo, con su aire desgarbado y lacónico de petimetre ensimismado, llegó a su casa con otro aire y, observando la enorme cabeza de su feo marido, pensó que al menos él era mas vital, mas ingenioso, mas fuerte y que la tendría seguramente mas larga que aquel jovenzuelo. Y aquella noche hubo una larga fiesta en el hogar de los Fitz a costa de la apariencia del joven Werther.
Cerca del mercado, Guillermina observaba cómo aquel triste muchacho miraba el río apoyando las manos en el muro mientras su suegra comentaba con una vecina lo mal que lo hacía Frau Hertha todos los domingos en la misa y al verlo tan decidido en sus actos y con tanta seriedad reflejada en su rostro se inspiró e interrumpiendo a su suegra en la conversación, decidió que era mejor buscar a su esposo en la oficina de la fábrica que pasar toda la mañana de perrito faldero de una mujer con ochenta y pico de años. Su esposo, al verla, sonrió como nunca lo hacía cuando llegaba de noche y cansado y tomando su mano, la llevó a dar un gran paseo por los alrededores de la fábrica haciéndole el amor detrás del taller de semiacabados.
Mientras, el penoso y joven Werther está ajeno a todo lo que causa con su simple caminar hacia lo que el cree que es lícito porque es sólo suyo y no afecta a los demás. Delante de aquellas aguas negras que fluyen ondeantes bajo sus pies y después de dudarlo muchas veces, decide al fin que Lotte merece una oportunidad más (porque esta es la forma de pensar de este tipo de seres) y que no acabará con su vida sin intentar, como el nonato Florentino Ariza, alcanzar la gloria de su vida a base de perseverancia y algún que otro duelo con el odiado Albert, cuya única culpa, al igual que Judas, fue estar en el sitio equivocado en el momento equivocado provocando por ello (qué casualidad otro que provoca sin saberlo) el más abominable de los desprecios.”
Recomiendo la relectura de El Biathanatos, un artículo de Otras Inquisiciones. El Biathanatos (1608) es un tratado de John Donne sobre el suicidio, según De Quincey se resume así: El suicidio es una de las formas del homicidio. Y si no todo homicida es un asesino, no todo suicida es culpable de pecado mortal. Total que pone muchos ejemplos de suicidas famosos (incluye a Sansón y a Cristo) y sus causas. Un crítico intuyó que quizás Donne pensaba coronar con su suicidio su vindicación del suicidio (hubiese sido un caso Levé) Borges dice que Donne pudo barajar esa posibilidad, pero creer que esa causa bastase para explicar la creación del Biathanatos era ridículo.
ResponderEliminarComo Donne era un poeta barroco y místico, su pensamiento lo llevó a la idea de una gigantesca metáfora o gran simulacro divino: "Dios había creado el mundo para fabricar su patíbulo".
Remata Borges su artículo de manera impresionante, recuerda a Phillip (Batz) Mailänder quien imaginó que los hombres somos fragmentos de un Dios que al principio de los tiempos se suicidó ávido de no ser,"Filosofía de la Liberación" publicado en 1876, en ese mismo año se suicidó Mainländer.
Yo no encuentro genialidad en los suicidas.
ResponderEliminarAhora toca relectura de Historia de los ecos de un nombre de Otras Inquisiciones (¡como pierda el libro me dá algo gordo!):
Moisés le preguntó a Dios quién era y Dios no le dijo su nombre: Soy el que soy o soy lo que soy o lo que seré... más o menos.O el capitán degradado públicamente de una obra de Shakespeare (que pudo suicidarse y no lo hizo) "Ya no seré capitán, pero he de comer y beber como un capitán, y esta cosa que soy me hará vivir". La vejez de Swift, o el voluntarismo de Schopenhauer son casos mucho más épicos que los pobres destinados al bosque de zarzas donde anidan las arpías por violencia contra sí mismos.